Este miércoles 28 de septiembre, el Papa Francisco predicó su tercera catequesis sobre el discernimiento, abordó sus elementos y explico que entre ellos tenemos a la «oración», la cual cuando es verdadera lleva a la familiaridad con el Señor.
Explicó lo siguiente a todos los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro: “El secreto de la vida de los santos es la familiaridad y confidencia con Dios, que crece en ellos y hace cada vez más fácil reconocer lo que a Él le agrada. La oración verdadera es familiaridad y confidencia con Dios.”.Además les recordó “…vimos -anteriormente- que el signo del encuentro con el Señor es la alegría. Cuando encuentro al Señor en la oración, me pongo alegre” (Fuentes: Vaticano, SPSS, Vatican Media y Dicasterio para la Comunicación).
El Santo Padre subrayó que Jesús nos deja sentir su voluntad a través de la oración, y que lo ‘más bonito’ es que nos deja decidir con libertad, somos libres, enterados que lo único que desea para nosotros es nuestra salvación y felicidad. Agregó que si bien discernir resulta difícil “la familiaridad con Dios puede disolver suavemente dudas y temores”.
El Papa exhortó a los oyentes pedir esta gracia: “vivir una relación de amistad con el Señor, como un amigo habla al amigo”. Recomendó una oración de saludo, de afecto y cercanía, si bien de pocas palabras es necesario acompañarla de gestos -afectuosos- y de buenas obras.
El Santo Padre dio lectura en español a la siguiente síntesis de su catequesis
“Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis sobre el discernimiento reflexionamos acerca de uno de sus elementos constitutivos, que es la oración. La oración es indispensable para el discernimiento espiritual, porque nos permite entrar en intimidad con el Señor, ser sus amigos, y así poder reconocer lo que a Él le agrada. Esta relación íntima o familiar con Dios también nos ayuda a alejar los miedos y las dudas que pueden turbar nuestro corazón cuando nos disponemos a cumplir su voluntad.
Sabemos que discernir no es fácil, porque no somos máquinas que reciben instrucciones y las llevan a cabo, sino personas. Y en la vida de las personas muchas veces se presentan tantos tipos de obstáculos, sobre todo afectivos. Lo vemos en el caso del joven rico, que quería seguir a Jesús, pero tenía su corazón dividido entre Él y las riquezas. Al final optó por las riquezas, aunque esto lo dejara triste. Por eso, es necesario ser amigos de Jesús, estar abiertos a su gracia, para que Él nos ayude a superar las dificultades y a seguirlo con alegría.”
Saludos que el Papa Francisco pronunció en español:
“Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos a Jesús que nos enseñe a orar con sencillez y familiaridad, como un amigo habla con otro amigo. Él es el Amigo fiel que nunca falla, que siempre sale a nuestro encuentro. Aun cuando nosotros nos alejamos de Él, Él siempre permanece. Que Dios los bendiga y la Virgen santa los cuide. Muchas gracias.”
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Tercera catequesis del Papa Francisco sobre el discernimiento: Los elementos del discernimiento. La familiaridad con el Señor
“¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Retomamos las catequesis sobre el tema del discernimiento, -porque es muy importante el tema del discernimiento para saber qué sucede dentro de nosotros; sentimientos e ideas, debemos discernir de dónde vienen, dónde me llevan, a qué decisión- y hoy nos detenemos en el primero de sus elementos constitutivos, es decir, la oración. Para discernir es necesario estar en un ambiente, en un estado de oración.
La oración es una ayuda indispensable para el discernimiento espiritual, sobre todo cuando involucra a los afectos, consintiendo dirigirnos a Dios con sencillez y familiaridad, como se habla a un amigo. Es saber ir más allá de los pensamientos, entrar en intimidad con el Señor, con una espontaneidad afectuosa. El secreto de la vida de los santos es la familiaridad y confidencia con Dios, que crece en ellos y hace cada vez más fácil reconocer lo que a Él le agrada. La oración verdadera es familiaridad y confidencia con Dios. No es recitar oraciones como un loro, bla, bla, bla, no. La verdadera oración es esta espontaneidad y afecto con el Señor. Esta familiaridad vence el miedo o la duda de que su voluntad no sea por nuestro bien, una tentación que a veces atraviesa nuestros pensamientos y vuelve el corazón inquieto e inseguro o amargo, también.
El discernimiento no pretende una certeza absoluta -no es químicamente un método puro, no, pretende una certeza absoluta-, porque se refiere a la vida, y la vida no siempre es lógica, presenta muchos aspectos que no se dejan encerrar en una sola categoría de pensamiento. Querríamos saber con precisión qué hay que hacer, pero, incluso cuando sucede, no siempre actuamos en consecuencia. Cuántas veces hemos vivido nosotros también la experiencia descrita por el apóstol Pablo, que dice así: ‘no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero’ (Rm 7,19). No somos solo razón, no somos máquinas, no basta con recibir instrucciones para cumplirlas: al igual que las ayudas, los obstáculos para decidirse por el Señor son sobre todo afectivos, del corazón.
Es significativo que el primer milagro realizado por Jesús en el Evangelio de Marcos sea un exorcismo (Cf. 1,21-28). En la sinagoga de Cafarnaúm libera a un hombre del demonio, liberándolo de la falsa imagen de Dios que Satanás sugiere desde los orígenes: la de un Dios que no quiere nuestra felicidad. El endemoniado de ese pasaje del Evangelio sabe que Jesús es Dios, pero esto no le lleva a creer en Él. De hecho, dice: ‘¿Has venido a destruirnos?’ (v. 24).
Muchos, también cristianos, piensan lo mismo: que Jesús puede ser el Hijo de Dios, pero dudan que quiera nuestra felicidad; es más, algunos temen que tomarse en serio su propuesta, lo que Jesús nos propone, signifique arruinarse la vida, mortificar nuestros deseos, nuestras aspiraciones más fuertes. Estos pensamientos a veces se asoman dentro de nosotros: que Dios nos está pidiendo demasiado, tenemos miedo de que Dios nos pida demasiado, que realmente no nos ama. En cambio, en nuestro primer encuentro vimos que el signo del encuentro con el Señor es la alegría. Cuando encuentro al Señor en la oración, me pongo alegre. Cada uno de nosotros se vuelve alegre, una cosa hermosa. La tristeza, o el miedo, son sin embargo signos de lejanía con Dios: ‘Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos’, dice Jesús al joven rico (Mt 19,17). Lamentablemente para ese joven, algunos obstáculos no le han consentido cumplir el deseo que tenía en el corazón, de seguir más de cerca al ‘maestro bueno’. Era un joven interesado, emprendedor, había tomado la iniciativa de ver a Jesús, pero estaba también muy dividido en los afectos, para él las riquezas eran demasiado importantes. Jesús no le obliga a decidirse, pero el texto señala que el joven se aleja de Jesús ‘triste’ (v. 22). Quien se aleja del Señor nunca está contento, incluso teniendo a su disposición una gran abundancia de bienes y posibilidades. Jesús nunca obliga a seguirle, nunca. Jesús te hace saber su voluntad, con tanto corazón te hace saber las cosas, pero te deja libre. Y esto es lo más bonito de la oración con Jesús: la libertad que Él nos deja. En cambio, cuando nos alejamos del Señor permanecemos con algo triste, algo malo en el corazón.
Discernir qué sucede dentro de nosotros no es fácil, porque las apariencias engañan, pero la familiaridad con Dios puede disolver suavemente dudas y temores, haciendo nuestra vida cada vez más receptiva a su ‘amable luz’, según la bonita expresión de san John Henry Newman. Los santos brillan de luz refleja y muestran en los gestos sencillos de su jornada la presencia amorosa de Dios, que hace posible lo imposible. Se dice que dos esposos que han vivido juntos mucho tiempo queriéndose terminan pareciéndose. Algo similar se puede decir de la oración afectiva: de forma gradual pero eficaz nos hace cada vez más capaces de reconocer lo que cuenta por connaturalidad, como algo que brota de lo más profundo de nuestro ser. Estar en oración no significa decir palabras, palabras, no; estar en oración significa abrir el corazón a Jesús, acercarse a Jesús, dejar que Jesús entre en mi corazón y nos haga sentir su presencia. Y ahí podemos discernir cuándo es Jesús y cuándo somos nosotros con nuestros pensamientos, muchas veces lejos de eso que quiere Jesús.
Pidamos esta gracia: vivir una relación de amistad con el Señor, como un amigo habla al amigo (cf. S. Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales, 53). Yo conocí a un anciano hermano religioso que era el portero de un colegio y él cada vez que podía se acercaba a la capilla, miraba el altar, decía: ‘Hola’, porque tenía cercanía con Jesús. Él no necesita decir bla, bla, bla, no: ‘hola, estoy cerca de ti y tú estás cerca de mí’. Esta es la relación que debemos tener en la oración: cercanía, cercanía afectiva, como hermanos, cercanía con Jesús. Una sonrisa, un gesto sencillo y no recitar palabras que no llegan al corazón. Como decía, hablar con Jesús como un amigo habla a otro amigo. Es una gracia que debemos pedir los unos por los otros: ver a Jesús como nuestro amigo, nuestro amigo más grande, nuestro amigo fiel, que no chantajea, sobre todo que no nos abandona nunca, tampoco cuando nos alejamos de Él. Él permanece en la puerta del corazón. ‘No, yo de ti no quiero saber nada’, decimos nosotros. Y Él se queda callado, se queda ahí cerca, cerca del corazón porque Él siempre es fiel. Vamos adelante con esta oración, digamos la oración del ‘hola’, la oración para saludar al Señor con el corazón, la oración del afecto, la oración de la cercanía, con pocas palabras, pero con gestos y con buenas obras. Gracias.”