Con la Celebración de hoy , en que conmemoramos la Entrada de Triunfal de de Jesús a Jerusalén, día conocido como ‘Domingo de Ramos‘, o ‘Domingo de las Ramas’ con el cual  inicia Semana Santa y concluye el tiempo de Cuaresmas, en esta jornada se recuerda tanto la pasión de Jesús, con su entrada triunfal a Jerusalén

Aquí les presentamos la Homilía que Papa Francisco pronuncio el día de hoy 10 de abril de 2022, en la solemne ceremonia que tuvo lugar en la Plaza de San Pedro,  posteriormente su mensaje antes de rezo del Ángelus, además de  las Lecturas del día con el orden del ceremonial del Misal Romano (Fuente: Vaticano, SPSS y Misal Católico).

Celebración del Domingo de ramos y de la pasión del señor

Homilía del santo padre francisco

En el Calvario se enfrentan dos mentalidades. Las palabras de Jesús crucificado en el Evangelio se contraponen, en efecto, a las de los que lo crucifican. Estos repiten un estribillo: ‘Sálvate a ti mismo’. Lo dicen los jefes: ‘¡Que se salve a sí mismo si este es el Mesías de Dios, el elegido!’ (Lc 23,35). Lo reafirman los soldados: ‘¡Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo!’ (v. 37). Y finalmente, también uno de los malhechores, que escuchó, repite la idea: ‘¿Acaso no eres el Mesías? ¡Sálvate a ti mismo!’ (v. 39). Salvarse a sí mismo, cuidarse a sí mismo, pensar en sí mismo; no en los demás, sino solamente en la propia salud, en el propio éxito, en los propios intereses; en el tener, en el poder, en la apariencia. Sálvate a ti mismo: es el estribillo de la humanidad que ha crucificado al Señor. Reflexionemos sobre esto.

Pero a la mentalidad del yo se opone la de Dios; el sálvate a ti mismo discuerda con el Salvador que se ofrece a sí mismo. En el Evangelio de hoy también Jesús, como sus opositores, toma la palabra tres veces en el Calvario (cf. vv. 34. 43. 46). Pero en ningún caso reivindica algo para sí; es más, ni siquiera se defiende o se justifica a sí mismo. Reza al Padre y ofrece misericordia al buen ladrón. Una expresión suya, en particular, marca la diferencia respecto al sálvate a ti mismo: ‘Padre, perdónalos’ (v. 34).

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Detengámonos en estas palabras. ¿Cuándo las dice el Señor? En un momento específico, durante la crucifixión, cuando siente que los clavos le perforan las muñecas y los pies. Intentemos imaginar el dolor lacerante que eso provocaba. Allí, en el dolor físico más agudo de la pasión, Cristo pide perdón por quienes lo están traspasando. En esos momentos, uno sólo quisiera gritar toda su rabia y sufrimiento; en cambio, Jesús dice: Padre, perdónalos. A diferencia de otros mártires, que son mencionados en la Biblia (cf. 2 Mac 7,18-19), no reprocha a sus verdugos ni amenaza con castigos en nombre de Dios, sino que reza por los malvados. Clavado en el patíbulo de la humillación, aumenta la intensidad del don, que se convierte en perdón.

Hermanos, hermanas, pensemos que Dios hace lo mismo con nosotros. Cuando le causamos dolor con nuestras acciones, Él sufre y tiene un solo deseo: poder perdonarnos. Para darnos cuenta de esto, contemplemos al Crucificado. El perdón brota de sus llagas, de esas heridas dolorosas que le provocan nuestros clavos. Contemplemos a Jesús en la cruz y pensemos que nunca hemos recibido palabras más bondadosas: Padre, perdónalos. Contemplemos a Jesús en la cruz y veamos que nunca hemos recibido una mirada más tierna y compasiva. Contemplemos a Jesús en la cruz y comprendamos que nunca hemos recibido un abrazo más amoroso. Contemplemos al Crucificado y digamos: ‘Gracias, Jesús, me amas y me perdonas siempre, aun cuando a mí me cuesta amarme y perdonarme’.

Allí, mientras es crucificado, en el momento más duro, Jesús vive su mandamiento más difícil: el amor por los enemigos. Pensemos en alguien que nos haya herido, ofendido, desilusionado; en alguien que nos haya hecho enojar, que no nos haya comprendido o no haya sido un buen ejemplo. ¡Cuánto tiempo perdemos pensando en quienes nos han hecho daño! Y también mirándonos dentro de nosotros mismos y lamiéndonos las heridas que nos han causado los otros, la vida o la historia. Hoy Jesús nos enseña a no quedarnos ahí, sino a reaccionar, a romper el círculo vicioso del mal y de las quejas, a responder a los clavos de la vida con el amor y a los golpes del odio con la caricia del perdón. Pero nosotros, discípulos de Jesús, ¿seguimos al Maestro o a nuestro instinto rencoroso? Es una pregunta que debemos hacernos: ¿seguimos al Maestro o seguimos a nuestro instinto rencoroso? Si queremos verificar nuestra pertenencia a Cristo, veamos cómo nos comportamos con quienes nos han herido. El Señor nos pide que no respondamos según nuestros impulsos o como lo hacen los demás, sino como Él lo hace con nosotros. Nos pide que rompamos la cadena del ‘te quiero si tú me quieres; soy tu amigo si eres mi amigo; te ayudo si me ayudas’. No, compasión y misericordia para todos, porque Dios ve en cada uno a un hijo. No nos separa en buenos y malos, en amigos y enemigos. Somos nosotros los que lo hacemos, haciéndolo sufrir. Para Él todos somos hijos amados, que desea abrazar y perdonar. Y también vemos que sucede lo mismo en la invitación al banquete de bodas de su hijo. Aquel señor manda a sus criados a los cruces de los caminos y les dice: ‘Traigan a todos, blancos, negros, buenos y malos; a todos, sanos, enfermos; a todos…’ (cf Mt 22,9-10). El amor de Jesús es para todos, en esto no hay privilegios. Es para todos. El privilegio de cada uno de nosotros es ser amado, perdonado

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. El Evangelio destaca que Jesús ‘decía’ (v. 34) esto. No lo dijo una sola vez en el momento de la crucifixión, sino que pasó las horas que estuvo en la cruz con estas palabras en los labios y en el corazón. Dios no se cansa de perdonar. Debemos entender esto, pero entenderlo no sólo con la mente, sino entenderlo también con el corazón. Dios nunca se cansa de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedirle perdón, pero Él nunca se cansa de perdonar. Él no es que aguante hasta un cierto punto para luego cambiar de idea, como estamos tentados de hacer nosotros. Jesús —enseña el Evangelio de Lucas— vino al mundo a traernos el perdón de nuestros pecados (cf. Lc 1,77) y al final nos dio una instrucción precisa: predicar a todos, en su nombre, el perdón de los pecados (cf. Lc 24,47). Hermanos y hermanas, no nos cansemos del perdón de Dios, ni nosotros sacerdotes de administrarlo, ni cada cristiano de recibirlo y testimoniarlo. No nos cansemos del perdón de Dios.

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Observemos algo más. Jesús no sólo implora el perdón, sino que dice también el motivo: perdónalos porque no saben lo que hacen. Pero, ¿cómo? Los que lo crucificaron habían premeditado su muerte, organizado su captura, los procesos, y ahora están en el Calvario para asistir a su final. Y, sin embargo, Cristo justifica a esos violentos porque no saben. Así es como Jesús se comporta con nosotros: se hace nuestro abogado. No se pone en contra de nosotros, sino de nuestra parte contra nuestro pecado. Y es interesante el argumento que utiliza: porque no saben, es aquella ignorancia del corazón que tenemos todos nosotros pecadores. Cuando se usa la violencia ya no se sabe nada de Dios, que es Padre, ni tampoco de los demás, que son hermanos. Se nos olvida porqué estamos en el mundo y llegamos a cometer crueldades absurdas. Lo vemos en la locura de la guerra, donde se vuelve a crucificar a Cristo. Sí, Cristo es clavado en la cruz una vez más en las madres que lloran la muerte injusta de los maridos y de los hijos. Es crucificado en los refugiados que huyen de las bombas con los niños en brazos. Es crucificado en los ancianos que son abandonados a la muerte, en los jóvenes privados de futuro, en los soldados enviados a matar a sus hermanos. Cristo es crucificado allí, hoy.

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Muchos escuchan esta frase inaudita; pero sólo uno la acoge. Es un malhechor, crucificado junto a Jesús. Podemos pensar que la misericordia de Cristo suscitó en él una última esperanza que lo llevó a pronunciar estas palabras: ‘Jesús, acuérdate de mí’ (Lc 23,42). Como diciendo: ‘Todos se olvidaron de mí, pero tú piensas incluso en quienes te crucifican. Contigo, entonces, también hay lugar para mí’. El buen ladrón acoge a Dios mientras su vida está por terminar, y así su vida empieza de nuevo; en el infierno del mundo ve abrirse el paraíso: ‘Hoy estarás conmigo en el paraíso’ (v. 43). Este es el prodigio del perdón de Dios, que transforma la última petición de un condenado a muerte en la primera canonización de la historia.

Hermanos, hermanas, en esta semana acojamos la certeza de que Dios puede perdonar todo pecado. Dios perdona a todos, puede perdonar toda distancia, y puede cambiar todo lamento en danza (cf. Sal 30,12); la certeza de que con Cristo siempre hay un lugar para cada uno; de que con Jesús nunca es el fin, nunca es demasiado tarde. Con Dios siempre se puede volver a vivir. Ánimo, caminemos hacia la Pascua con su perdón. Porque Cristo intercede continuamente ante el Padre por nosotros (cf. Hb 7,25) y, mirando nuestro mundo violento, nuestro mundo herido, no se cansa nunca de repetir -y nosotros lo hacemos ahora con el corazón, en silencio-, de repetir: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. ”

 

Lecturas del día 10 de abril de 2022, Domingo de Ramos, de la Pasión del Señor

La lecturas se centran en hablar de las profecías sobre un Siervo Fiel discípulo del Señor e irán progresando has presentar a Jesús recordándonos su pasión y su entra triunfal a Jerusalén a (Is 50, 4-7; Sal 21 Flp 2, 6-11; Lc 22,14-23, 56)

En el tercer cántico del profeta Isaías, encontramos al siervo de Yahvé presentado como el discípulo fiel del Señor. Formado en la escucha de la palabra, el siervo entiende que su misión es enseñar y consolar. Su misión no será fácil, ya que tendrá que enfrentar incluso la agresión física; sin embargo, él soportará fielmente, pues espera el triunfo definitivo que Dios mismo le concederá. Es este siervo fiel, que ha inspirado a Lucas en su narrativa de la pasión de Jesús, quien enfrenta su destino con la misma fidelidad y disponibilidad de escuchar al Padre, y con capacidad de enseñar y consolar. Claro que Jesús supera con creces al siervo de Yahvé y cualquier otro elemento inspirado del Deutero-Isaías. No obstante, esta figura del siervo de Yahvé asiste a Lucas para narrar con entendimiento profundo la pasión de Jesús.

1. En este día la Iglesia recuerda la entrada de Cristo nuestro Señor a Jerusalén para consumar su Misterio Pascual. Por lo tanto en todas las Misas se conmemora esta entrada del Señor mediante una procesión o una entrada solemne, antes de la Misa principal, y por medio de una entrada sencilla antes de las demás Misas. Pero puede repetirse la entrada solemne (no la procesión), antes de algunas otras Misas que se celebren con gran asistencia del Pueblo. Conviene que donde no pueda hacerse ni procesión ni entrada solemne, se tenga una celebración de la Palabra de Dios, sobre la entrada mesiánica y la Pasión del Señor, ya sea el sábado por la tarde o ya sea el domingo a una hora oportuna.

Conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén Primera forma: Procesión

2. A la hora señalada, los fieles se reúnen en una iglesia menor o en algún otro lugar adecuado, fuera de la iglesia hacia la cual va a dirigirse la procesión. Los fieles llevan sus ramos en las manos.

3. El sacerdote y el diácono, revestidos con las vestiduras rojas requeridas para la Misa, acompañados por los otros ministros, se acercan al lugar donde el pueblo está congregado. El sacerdote, en lugar de casulla, puede usar la capa pluvial, que dejará después de la procesión, y se pondrá la casulla.

4. Entretanto se canta la siguiente antífona u otro cántico adecuado:

ANTÍFONA Mt 21, 9

Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel. Hosanna en el cielo.

5. Enseguida el sacerdote y los fieles se santiguan mientras el sacerdote dice: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Después el sacerdote saluda al pueblo de la manera acostumbrada y hace una breve monición para invitar a los fieles a participar activa y conscientemente en la celebración de este día: Puede hacerlo con éstas o semejantes palabras.

Queridos hermanos: Después de haber preparado nuestros corazones desde el principio de Cuaresma con nuestra penitencia y nuestras obras de caridad, hoy nos reunimos para iniciar, unidos con toda la Iglesia, la celebración anual del Misterio Pascual, es decir, de la pasión y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, misterios que empezaron con su entrada en Jerusalén, su ciudad. Por eso, recordando con toda fe y devoción esta entrada salvadora, sigamos al Señor, para que participando de su cruz, tengamos parte con El en su resurrección y su vida.

6. Después de esta monición, el sacerdote, teniendo extendidas las manos, dice una de las dos oraciones siguientes: Oremos. Dios todopoderoso y eterno, santifica con tu bendición † estos ramos, para que, quienes acompañamos jubilosos a Cristo Rey, podamos llegar, por él, a la Jerusalén del cielo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. R. Amén.

O bien:

Aumenta, Señor Dios, la fe de los que esperan en ti y escucha con bondad las súplicas de quienes te invocan, para que, al presentar hoy nuestros ramos a Cristo victorioso, demos para ti en él frutos de buenas obras. El, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén. Y en silencio, rocía los ramos con agua bendita.

7. Enseguida el diácono, o en su ausencia el sacerdote, proclama del modo acostumbrado el Evangelio de la entrada del Señor en Jerusalén, según alguno de los cuatro evangelistas. Si es oportuno se usa el incienso.

Bendito el que viene en nombre del Señor

Evangelio (Ciclo C)

Bendito el que viene en nombre del Señor.

Del santo Evangelio según san Lucas: 19, 28-40

En aquel tiempo, Jesús, acompañado de sus discípulos, iba camino de Jerusalén, y al acercarse a Betfagé y a Betania, junto al monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: Vayan al caserío que está frente a ustedes. Al entrar, encontrarán atado un burrito que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo aquí. Si alguien les pregunta por qué lo desatan, díganle: El Señor lo necesita . Fueron y encontraron todo como el Señor les había dicho. Mientras desataban el burro, los dueños les preguntaron: Por qué lo desamarran?. Ellos contestaron: El Señor lo necesita. Se llevaron, pues, el burro, le echaron encima los mantos e hicieron que Jesús montara en él. Conforme iba avanzando, la gente tapizaba el camino con sus mantos, y cuando ya estaba cerca la bajada del monte de los Olivos, la multitud de discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos por todos los prodigios que habían visto, diciendo: Bendito el rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas!. Algunos fariseos que iban entre la gente, le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos. Él les replicó: Les aseguro que si ellos se callan, gritarán las piedras.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

8. Después del Evangelio, si se cree oportuno, puede tenerse una breve homilía. Al iniciar la procesión, el celebrante u otro ministro idóneo puede hacer una exhortación con estas palabras u otras parecidas:Queridos hermanos: Imitando a la multitud que aclamaba al Señor, avancemos en paz.

O bien:

Avancemos en paz.

En este caso responden:

En el nombre de Cristo. Amén.

9. Y se inicia del modo acostumbrado la procesión hacia la iglesia en donde va a celebrarse la Misa. Si se usa el incienso, el turiferario va adelante con el incensario, en el cual habrá puesto incienso previamente; enseguida, un acólito u otro ministro con la cruz adornada con ramos, según la costumbre del lugar, y, a su lado, dos ministros con velas encendidas. Sigue luego el diácono con el Evangeliario, el sacerdote con los ministros y, detrás de ellos, los fieles con ramos en las manos. Al avanzar la procesión, el coro y el pueblo entonan los siguientes cánticos u otros apropiados en honor a Cristo Rey:

ANTÍFONA I

Los niños hebreos, llevando ramos de olivo, salieron al encuentro del Señor, clamando: Hosanna en el cielo.

Si se cree conveniente, puede alternarse esta antífona con los versículos del salmo 23.

SALMO 23

Del Señor es la tierra y lo que ella tiene, el orbe todo y los que en él habitan, pues él lo edificó sobre los mares, él fue quien lo asentó sobre los ríos.

Se repite la antífona.

Quién subirá hasta el monte del Señor? Quién podrá entrar en su recinto santo? El de corazón limpio y manos puras y que no jura en falso.

Se repite la antífona.

Ese obtendrá la bendición de Dios, y Dios, su salvador, le hará justicia. Ésta es la clase de hombres que te buscan y vienen ante ti, Dios de Jacob.

Se repite la antífona.

Puertas, ábranse de par en par; agrándense, portones eternos, porque va a entrar el rey de la gloria!

Se repite la antífona.

y quién es el rey de la gloria? Es el Señor, fuerte y poderoso, el Señor, poderoso en la batalla.

Se repite la antífona.

Puertas, ábranse de par en par; agrándense, portones eternos, porque va a entrar el rey de la gloria!

Se repite la antífona.

Y quién es el rey de la gloria? El Señor, Dios de los ejércitos, es el rey de la gloria.

Se repite la antífona.

ANTIFONA II

Los niños hebreos extendían sus mantos por el camino y clamaban: Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor.

Si se cree oportuno, puede alternarse esta antífona con los versículos del siguiente salmo.

SALMO 46

Aplaudan, pueblos todos; aclamen al Señor, de gozo llenos; que el Señor, el Altísimo, es terrible y de toda la tierra, rey supremo.

Se repite la antífona.

Fue él quien nos puso por encima de todas las naciones y los pueblos, al elegirnos como herencia suya, orgullo de Jacob, su predilecto.

Se repite la antífona.

Entre voces de júbilo y trompetas, Dios, el Señor, asciende hasta su trono. Cantemos en honor de nuestro Dios, al rey honremos y cantemos todos.

Se repite la antífona.

Porque Dios es el rey del universo, cantemos el mejor de nuestros cantos. Reina Dios sobre todas las naciones desde su trono santo.

Se repite la antífona.

Los jefes de los pueblos se han reunido con el pueblo de Dios, Dios de Abraham, porque de Dios son los grandes de la tierra. Por encima de todo Dios está.

Himno a Cristo Rey

Coro: Gloria, alabanza y honor, a ti Cristo rey, redentor; a quien infantil cortejo entonó piadoso Hosanna.

Todos repiten: Gloria, alabanza y honor ...

Coro: Tú eres el rey de Israel, prole ínclita de David, rey bendito, que vienes en el nombre del Señor.

Todos repiten: Gloria, alabanza y honor...

Coro: Toda la corte celestial te alaba en las alturas, y el hombre mortal, con todas las creaturas.

Todos repiten: Gloria, alabanza y honor...

Coro: El pueblo hebreo salió con palmas a tu encuentro; nosotros con preces, votos e himnos venimos a ti.

Todos repiten: Gloria, alabanza y honor...

Coro: Aquellos cuando ibas a padecer te tributaban loores; nosotros ahora que reinas, te ofrecemos nuestro canto.

Todos repiten: Gloria, alabanza y honor...Coro: Aquellos te agradaron, que te agrade también nuestra devoción: Rey bueno, rey clemente, a quien agrada todo lo bueno!

Todos repiten: Gloria, alabanza y honor ...o bien:

Himno a Cristo Rey

Que viva mi Cristo, que viva mi Rey. que impere doquiera triunfante su ley. Viva Cristo Rey, Viva Cristo Rey.

Mexicanos un Padre tenemos, que nos dio de la patria la unión. A ese Padre gozosos cantemos, empuñando con fe su pendón.

Demos gracias al Padre que ha hecho que tengamos de herencia la luz y al darnos vida en el Reino que su Hijo nos dio por la cruz.

Dios le dio el poder, la victoria. Pueblos todos, venid y alabad a este Rey de los cielos y tierra, en quien sólo tenemos la paz.

Rey eterno, Rey universal, en quien todo ya se restauró, te rogamos que todos los pueblos sean unidos en un solo amor.

10. Al entrar la procesión en la iglesia, se canta el siguiente responsorio u otro cántico alusivo a la entrada del Señor en Jerusalén:

Responsorio

R. Al entrar el Señor en la ciudad santa, los hijos de Israel, anticipándose a la resurrección del Señor de la vida, con palmas en las manos, clamaban: Hosanna en el cielo.

V. Al enterarse de que Jesús llegaba a Jerusalén, el pueblo salió a su encuentro

R. Con palmas en las manos, clamando: Hosanna en el cielo.

11. El sacerdote, al llegar al altar, hace la debida reverencia y, si lo juzga oportuno, lo inciensa. Luego se dirige a la sede (se quita la capa pluvial, si la usó, y se pone la casulla) y, omitidos los demás ritos iniciales de la Misa, incluso el Señor, ten piedad, da fin a la procesión diciendo la oración colecta y prosigue la misa de la manera acostumbrada.

Segunda forma: Entrada solemne

12. Donde no se pueda hacer la procesión fuera de la iglesia, la entrada del Señor se celebra dentro del templo por medio de una entrada solemne, antes de la misa principal.

13. Los fieles se reúnen ante la puerta de la iglesia, o bien, dentro de la misma iglesia, llevando los ramos en la mano. El sacerdote, los ministros y algunos de los fieles, van a algún sitio adecuado de la iglesia, fuera del presbiterio, en donde pueda ser vista fácilmente la ceremonia, al menos por la mayor parte de la asamblea.

14. Mientras el sacerdote se dirige al sitio indicado, se canta la antífona Hosanna al Hijo de David (n. 4) o algún otro cántico adecuado. Después se bendicen los ramos y se lee el Evangelio de la entrada del Señor en Jerusalén, como se indicó en los nn. 5-7. Después del Evangelio, el sacerdote va solemnemente hacia el presbiterio a través del templo, acompañado por los ministros y por algunos fieles, mientras se canta el responsorio Al entrar el Señor (n. 10), u otro cántico apropiado.

15. Al llegar al altar, el sacerdote hace la debida reverencia. Enseguida va a la sede y, omitidos los ritos iniciales de la Misa, incluso el Señor, ten piedad, si es oportuno, dice la colecta de la Misa, que prosigue luego de la manera acostumbrada.

Tercera forma: Entrada sencilla

16. En todas las demás misas de este domingo, en las que no se hace la entrada solemne, se recuerda la entrada del Señor en Jerusalén por medio de una entrada sencilla. 17. Mientras el sacerdote se dirige al altar, se canta la antífona de entrada con su salmo u otro cántico sobre el mismo tema. El sacerdote, al llegar al altar, hace la debida reverencia, va a la sede y saluda al pueblo. Luego sigue la misa de la manera acostumbrada.

En las demás misas en que no es posible cantar la antífona de entrada, el sacerdote, después de llegar al altar y de haber hecho la debida reverencia, saluda al pueblo, lee la antífona de entrada y prosigue la misa de la manera acostumbrada.

Antífona de Entrada Jn 12, 1. 12-13; Sal 23, 9-10

Seis días antes de la Pascua, cuando el Señor entró en Jerusalén, salieron los niños a su encuentro llevando en sus manos hojas de palmera y gritando: *Hosanna en el cielo. Bendito tú, que vienes lleno de bondad y de misericordia. Puertas, ábranse de par en par; agrándense, portones eternos, porque va a entrar el Rey de la gloria. Y quién es ese Rey de la gloria? El Señor de los ejércitos es el Rey de la gloria. *Hosanna en el cielo. Bendito tú, que vienes lleno de bondad y de misericordia. Cuando no se puede hacer ni la procesión, ni la entrada solemne, es conveniente hacer una celebración de la palabra de Dios, acerca de la entrada mesiánica y de la Pasión del Señor, ya sea el sábado en la tarde, o bien el domingo, a la hora más oportuna.

Misa

19. Después de la procesión o de la entrada solemne, el sacerdote comienza la misa con la oración colecta.

ORACIÓN COLECTA

Dios todopoderoso y eterno, que quisiste que nuestro Salvador se hiciera hombre y padeciera en la cruz para dar al género humano ejemplo de humildad, concédenos, benigno, seguir las enseñanzas de su pasión y que merezcamos participar de su gloriosa resurrección. El, que vive y reina contigo…

20. Se lee la historia de la Pasión del Señor. No se llevan ciriales ni incienso, ni se hace al principio el saludo, ni se signa el libro. La lectura la hace un diácono o, en su defecto, el sacerdote. Puede también ser hecha por lectores, reservando al sacerdote, si es posible, la parte correspondiente a Cristo.

Solamente los diáconos piden la bendición del celebrante antes del canto de la Pasión, como se hace antes del Evangelio.

21. Después de la lectura de la Pasión, puede tenerse, si se cree oportuno, una breve homilía. También se puede guardar un momento de silencio.

Dada la importancia de la Pasión del Señor, el sacerdote, en las Misas con el pueblo, y de acuerdo con las características de los fieles de cada asamblea, puede omitir una de las dos primeras lecturas, o ambas, y leer sólo la Pasión del Señor, aún en su forma breve.

Liturgia de la Palabra

Primera Lectura

No aparté mi rostro de los insultos, y sé que no quedaré avergonzado.

Del libro del profeta Isaías: 50, 4-7

En aquel entonces, dijo Isaías: El Señor me ha dado una lengua experta, para que pueda confortar al abatido con palabras de aliento. Mañana tras mañana, el Señor despierta mi oído, para que escuche yo, como discípulo. El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos. Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endurecí mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Del salmo 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24.

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Todos los que me ven, de mí se burlan; me hacen gestos y dicen: Confiaba en el Señor, pues que él lo salve; si de veras lo ama, que lo libre.

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Los malvados me cercan por doquiera como rabiosos perros. Mis manos y mis pies han taladrado y se pueden contar todos mis huesos.

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Reparten entre sí mis vestiduras y se juegan mi túnica a los dados. Señor, auxilio mío, ven y ayúdame, no te quedes de mí tan alejado.

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. Fieles del Señor, alábenlo; glorifícalo, linaje de Jacob; témelo, estirpe de Israel.

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Segunda Lectura

Cristo se humilló a sí mismo, por eso Dios lo exaltó.

De la carta del apóstol san Pablo a los filipenses: 2, 6-11

Cristo, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres. Así, hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo y por obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que, al nombre de Jesús, todos doblen la rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y todos reconozcan públicamente que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Flp 2,8-9

R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

Cristo se humilló por nosotros y por obediencia aceptó incluso la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre.

 R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

 

EVANGELIO

He deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer

Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según san Lucas: 22, 14-23, 56

Llegada la hora de cenar, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer, porque yo les aseguro que ya no la volveré a celebrar, hasta que tenga cabal cumplimiento en el Reino de Dios. Luego tomó en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias y dijo: Tomen esto y repártanlo entre ustedes, porque les aseguro que ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios. Hagan esto en memoria mía. Tomando después un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía. Después de cenar, hizo lo mismo con una copa de vino, diciendo: Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes. Ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado! Pero miren: la mano del que me va a entregar está conmigo en la mesa. Porque el Hijo del hombre va a morir, según lo decretado; pero ay de aquel hombre por quien será entregado!. Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que lo iba a traicionar. Yo estoy en medio de ustedes como el que sirve Después los discípulos se pusieron a discutir sobre cuál de ellos debería ser considerado como el más importante. Jesús les dijo: Los reyes de los paganos los dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Pero ustedes no hagan eso, sino todo lo contrario: que el mayor entre ustedes actúe como si fuera el menor, y el que gobierna, como si fuera un servidor. Porque, quién vale más, el que está a la mesa o el que sirve? Verdad que es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de ustedes como el que sirve. Ustedes han perseverado conmigo en mis pruebas, y yo les voy a dar el Reino, como mi Padre me lo dio a mí, para que coman y beban a mi mesa en el Reino, y se siente cada uno en un trono, para juzgar a las doce tribus de Israel. Tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos. Luego añadió: Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido permiso para zarandearlos como trigo; pero yo he orado por ti, para que tu fe no desfallezca; y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos. Él le contestó: Señor, estoy dispuesto a ir contigo incluso a la cárcel y a la muerte. Jesús le replicó: Te digo, Pedro, que hoy, antes de que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces. Conviene que se cumpla en mí lo que está escrito. Después les dijo a todos ellos: Cuando los envié sin provisiones, sin dinero ni sandalias, acaso les faltó algo?. Ellos contestaron: Nada. El añadió: Ahora, en cambio, el que tenga dinero o provisiones, que los tome; y el que no tenga espada, que venda su manto y compre una. Les aseguro que conviene que se cumpla esto que está escrito de mí: Fue contado entre los malhechores, porque se acerca el cumplimiento de todo lo que se refiere a mí, Ellos le dijeron: Señor, aquí hay dos espadas. Él les contestó: Basta ya!.

Lleno de tristeza, se puso a orar de rodillas Salió Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos y lo acompañaron los discípulos. Al llegar a ese sitio, les dijo: Oren, para no caer en la tentación. Luego se alejó de ellos a la distancia de un tiro de piedra y se puso a orar de rodillas, diciendo: Padre, si quieres, aparta de mí esta amarga prueba; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya. Se le apareció entonces un ángel para confortarlo; él, en su angustia mortal, oraba con mayor insistencia, y comenzó a sudar gruesas gotas de sangre, que caían hasta el suelo. Por fin terminó su oración, se levantó, fue hacia sus discípulos y los encontró dormidos por la pena. Entonces les dijo: Por qué están dormidos? Levántense y oren para no caer en la tentación.

Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre? Todavía estaba hablando, cuando llegó una turba encabezada por Judas, uno de los Doce, quien se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo: Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre?. Al darse cuenta de lo que iba a suceder, los que estaban con él dijeron: Señor, los atacamos con la espada?. Y uno de ellos hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino, diciendo: Dejen! Basta!. Le tocó la oreja y lo curó. Después Jesús dijo a los sumos sacerdotes, a los encargados del templo y a los ancianos que habían venido a arrestarlo: Han venido a aprehenderme con espadas y palos, como si fuera un bandido. Todos los días he estado con ustedes en el templo y no me echaron mano. Pero ésta es su hora y la del poder de las tinieblas

Pedro salió de ahí y se soltó a llorar. Ellos lo arrestaron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en la casa del sumo sacerdote. Pedro los seguía desde lejos. Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor y Pedro se sentó también con ellos. Al verlo sentado junto a la lumbre, una criada se le quedó mirando y dijo: Éste también estaba con él. Pero él lo negó diciendo: No lo conozco, mujer. Poco después lo vio otro y le dijo: Tú también eres uno de ellos. Pedro replicó: Hombre, no lo soy!. Y como después de una hora, otro insistió: Sin duda que éste también estaba con él, porque es galileo. Pedro contestó: Hombre, no sé de qué hablas!. Todavía estaba hablando, cuando cantó un gallo. El Señor, volviéndose, miró a Pedro. Pedro se acordó entonces de las palabras que el Señor le había dicho: Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces, y saliendo de allí se soltó a llorar amargamente.

Adivina quién te ha pegado. Los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de él, le daban golpes, le tapaban la cara y le preguntaban: Adivina quién te ha pegado?. Y proferían contra él muchos insultos.

Lo hicieron comparecer ante el sanedrín. Al amanecer se reunió el consejo de los ancianos con los sumos sacerdotes y los escribas. Hicieron comparecer a Jesús ante el sanedrín y le dijeron: Si tú eres el Mesías, dínoslo. Él les contestó: Si se lo digo, no lo van a creer, y si les pregunto, no me van a responder. Pero ya desde ahora, el Hijo del hombre está sentado a la derecha de Dios todopoderoso. Dijeron todos: Entonces, tú eres el Hijo de Dios?. Él les contestó: Ustedes mismos lo han dicho: sí lo soy. Entonces ellos dijeron: Qué necesidad tenemos ya de testigos? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca. El consejo de los ancianos, con los sumos sacerdotes y los escribas, se levantaron y llevaron a Jesús ante Pilato.

No encuentro ninguna culpa en este hombre Entonces comenzaron a acusarlo, diciendo: Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación y oponiéndose a que se pague tributo al César y diciendo que él es el Mesías rey. Pilato preguntó a Jesús: Eres tú el rey de los judíos?. Él le contestó: Tú lo has dicho. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba: No encuentro ninguna culpa en este hombre. Ellos insistían con más fuerza, diciendo: Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí. Al oír esto, Pilato preguntó si era galileo, y al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió, ya que Herodes estaba en Jerusalén precisamente por aquellos días.

Herodes, con su escolta, lo despreció Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, porque hacía mucho tiempo que quería verlo, pues había oído hablar mucho de él y esperaba presenciar algún milagro suyo. Le hizo muchas preguntas, pero él no le contestó ni una palabra. Estaban ahí los sumos sacerdotes y los escribas, acusándolo sin cesar. Entonces Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él, y le mandó poner una vestidura blanca. Después se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes eran enemigos.

Pilato les entregó a Jesús Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, y les dijo: Me han traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; pero yo lo he interrogado delante de ustedes y no he encontrado en él ninguna de las culpas de que lo acusan. Tampoco Herodes, porque me lo ha enviado de nuevo. Ya ven que ningún delito digno de muerte se ha probado. Así pues, le aplicaré un escarmiento y lo soltaré. Con ocasión de la fiesta, Pilato tenía que dejarles libre a un preso. Ellos vociferaron en masa, diciendo: Quita a ése! Suéltanos a Barrabás!. A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra, con la intención de poner en libertad a Jesús; pero ellos seguían gritando: Crucifícalo, crucifícalo! Él les dijo por tercera vez: Pues qué ha hecho de malo? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte; de modo que le aplicaré un escarmiento y lo soltaré. Pero ellos insistían, pidiendo a gritos que lo crucificaran. Como iba creciendo el griterío, Pilato decidió que se cumpliera su petición; soltó al que le pedían, al que había sido encarcelado por revuelta y homicidio, y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.

Hijas de Jerusalén, no lloren por mí Mientras lo llevaban a crucificar, echaron mano a un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo obligaron a cargar la cruz, detrás de Jesús. Lo iba siguiendo una gran multitud de hombres y mujeres, que se golpeaban el pecho y lloraban por él. Jesús se volvió hacia las mujeres y les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloren por mí; lloren por ustedes y por sus hijos, porque van a venir días en que se dirá: Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado!. Entonces dirán a los montes: Desplómense sobre nosotros, y a las colinas: Sepúltennos, porque si así tratan al árbol verde, qué pasará con el seco? Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Conducían, además, a dos malhechores, para ajusticiarlos con él. Cuando llegaron al lugar llamado la Calavera, lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía desde la cruz: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Los soldados se repartieron sus ropas, echando suertes.

Éste es el rey de los judíos El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas, diciendo: A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido. También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le decían: Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín y hebreo, que decía: Este es el rey de los judíos.

Hoy estarás conmigo en el paraíso Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro le reclamaba, indignado: Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho. Y le decía a Jesús: Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí. Jesús le respondió: Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu Era casi el mediodía, cuando las tinieblas invadieron toda la región y se oscureció el sol hasta las tres de la tarde. El velo del templo se rasgó a la mitad. Jesús, clamando con voz potente, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!. Y dicho esto, expiró.

Aquí se arrodillan todos y se hace una breve pausa.

El oficial romano, al ver lo que pasaba, dio gloria a Dios, diciendo: Verdaderamente este hombre era justo. Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, mirando lo que ocurría, se volvió a su casa dándose golpes de pecho. Los conocidos de Jesús se mantenían a distancia, lo mismo que las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, y permanecían mirando todo aquello.

José colocó el cuerpo de Jesús en un sepulcro Un hombre llamado José, consejero del sanedrín, hombre bueno y justo, que no había estado de acuerdo con la decisión de los judíos ni con sus actos, que era natural de Arimatea, ciudad de Judea, y que aguardaba el Reino de Dios, se presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Lo bajó de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía. Era el día de la Pascua y ya iba a empezar el sábado. Las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea acompañaron a José para ver el sepulcro y cómo colocaban el cuerpo. Al regresar a su casa, prepararon perfumes y ungüentos, y el sábado guardaron reposo, conforme al mandamiento. Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

O bien: Forma breve

Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según san Lucas: 23,1-49

No encuentro ninguna culpa en este hombre En aquel tiempo, el consejo de los ancianos, con los sumos sacerdotes y los escribas, se levantaron y llevaron a Jesús ante Pilato. Entonces comenzaron a acusarlo, diciendo: Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación y oponiéndose a que se pague tributo al César y diciendo que él es el Mesías rey. Pilato preguntó a Jesús: Eres tú el rey de los judíos?. Él le contestó: Tú lo has dicho. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba: No encuentro ninguna culpa en este hombre. Ellos insistían con más fuerza, diciendo: Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí. Al oír esto, Pilato preguntó si era galileo, y al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió, ya que Herodes estaba en Jerusalén precisamente por aquellos días.

Herodes, con su escolta, lo despreció Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, porque hacía mucho tiempo que quería verlo, pues había oído hablar mucho de él y esperaba presenciar algún milagro suyo. Le hizo muchas preguntas, pero él no le contestó ni una palabra. Estaban ahí los sumos sacerdotes y los escribas, acusándolo sin cesar. Entonces Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él, y le mandó poner una vestidura blanca. Después se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes eran enemigos.

Pilato les entregó a Jesús Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, y les dijo: Me han traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; pero yo lo he interrogado delante de ustedes y no he encontrado en él ninguna de las culpas de que lo acusan. Tampoco Herodes, porque me lo ha enviado de nuevo. Ya ven que ningún delito digno de muerte se ha probado. Así pues, le aplicaré un escarmiento y lo soltaré. Con ocasión de la fiesta, Pilato tenía que dejarles libre a un preso. Ellos vociferaron en masa, diciendo: Quita a ése! Suéltanos a Barrabás!. A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra, con la intención de poner en libertad a Jesús; pero ellos seguían gritando: Crucifícalo, crucifícalo!. Él les dijo por tercera vez: Pues qué ha hecho de malo? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte; de modo que le aplicaré un escarmiento y lo soltaré. Pero ellos insistían, pidiendo a gritos que lo crucificara. Como iba creciendo el griterío, Pilato decidió que se cumpliera su petición; soltó al que le pedían, al que había sido encarcelado por revuelta y homicidio, y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.

Hijas de Jerusalén, no lloren por mí Mientras lo llevaban a crucificar, echaron mano a un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo obligaron a cargar la cruz, detrás de Jesús. Lo iba siguiendo una gran multitud de hombres y mujeres, que se golpeaban el pecho y lloraban por él. Jesús se volvió hacia las mujeres y les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloren por mí; lloren por ustedes y por sus hijos, porque van a venir días en que se dirá: Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado! Entonces dirán a los montes: Desplómense sobre nosotros, y a las colinas: Sepúltennos, porque si así tratan al árbol verde, qué pasará con el seco?.

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen Conducían, además, a dos malhechores, para ajusticiarlos con é1. Cuando llegaron al lugar llamado la Calavera, lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía desde la cruz: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Los soldados se repartieron sus ropas, echando suertes.

Éste es el rey de los judíos El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas, diciendo: A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido. También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le decían: Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín y hebreo, que decía: Éste es el rey de los judíos.

Hoy estarás conmigo en el paraíso Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro le reclamaba indignado: Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho. Y le decía a Jesús: Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí. Jesús le respondió: Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu Era casi el mediodía, cuando las tinieblas invadieron toda la región y se oscureció el sol hasta las tres de la tarde. El velo del templo se rasgó a la mitad. Jesús, clamando con voz potente, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!. Y dicho esto, expiró.

Aquí se arrodillan todos y se hace una breve pausa El oficial romano, al ver lo que pasaba, dio gloria a Dios, diciendo: Verdaderamente este hombre era justo. Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, mirando lo que ocurría, se volvió a su casa dándose golpes de pecho. Los conocidos de Jesús se mantenían a distancia, lo mismo que las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, y permanecían mirando todo aquello.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Se dice Credo.

Plegaria universal

Imploremos, hermanos, a Jesús, el Sumo Sacerdote de la fe que profesamos, que en la cruz presentó, con lágrimas en los ojos, oraciones y súplicas al Padre, y oremos también nosotros por todos los hombres: (R/. Escúchanos, Señor. ) Para que el Señor, que en la cruz excusó a los ignorantes y pidió perdón por ellos, tenga piedad de los fieles que han caído en el pecado, les dé valor para recurrir al sacramento de la penitencia y les conceda el gozo del perdón y de la paz, roguemos al Señor. Para que la sangre de Jesús, que habla más favorablemente que la de Abel, reconcilie con Dios a los que aún están lejos a causa de la ignorancia, la indiferencia, la maldad o las propias pasiones, roguemos al Señor. Para que el Señor, que en la cruz experimentó la amargura de sentirse triste y abandonado, se apiade de los enfermos, los afligidos y los oprimidos y les envíe a su ángel para que los conforte, roguemos al Señor. Para que el Señor, que recibió en su reino al ladrón arrepentido, se apiade de nosotros nos dé sentimientos de contrición y nos admita, después de la muerte, en su paraíso, roguemos al Señor. Dios todopoderoso y eterno, que enviaste a tu Hijo al mundo, para que, con su pasión, destruyera el pecado y la muerte y, con su resurrección, nos devolviera la vida y la felicidad, escucha las oraciones de tu pueblo y haz que podamos gozar de los frutos de la cruz gloriosa de Jesucristo. El, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas

Que la pasión de tu Unigénito, Señor, nos atraiga tu perdón, y aunque no lo merecemos por nuestras obras, por la mediación de este sacrificio único, lo recibamos de tu misericordia. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio:

La Pasión del Señor.

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro. El cual, siendo inocente, se dignó padecer por los pecadores y fue injustamente condenado por salvar a los culpables; con su muerte borró nuestros delitos y, resucitando, conquistó nuestra justificación. Por eso, te alabamos con todos los ángeles y te aclamamos con voces de júbilo, diciendo: Santo, Santo, Santo . . .

Antífona de la Comunión Mt 26, 42

Padre mío, si no es posible evitar que yo beba este cáliz, hágase tu voluntad.

Oración después de la Comunión

Tú que nos has alimentado con esta Eucaristía, y por medio de la muerte de tu Hijo nos das la esperanza de alcanzar lo que la fe nos promete, concédenos, Señor, llegar, por medio de su resurrección, a la meta de nuestras esperanzas. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre el pueblo

Dios y Padre nuestro, mira con bondad a esta familia tuya, por la cual nuestro Señor Jesucristo no dudó en entregarse a sus verdugos y padecer el tormento de la cruz. Por Jesucristo, nuestro Señor.