La mañana del miércoles 17 de abril de 2024, en la Plaza de San Pedro, el Santo Padre Francisco presidió la Audiencia General donde presentó su catequesis sobre la cuarta y la última virtud cardinal: La Templanza; en el entendido que las virtudes cardinales o morales, son esenciales para las relaciones humanas y el orden social (Fuentes: Vaticano, OPSS, Vatican Media, Vatican News y Pontificio Dicasterio para la Comunicación).

Citando al Catecismo de la Iglesia Católica (CIC, #1809), el Papa destacó que ‘la templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados’ (...) Ella asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar para seguir la pasión de su corazón’. El Santo Padre subrayó que la templanza es “la virtud de la justa medida” y afirmó que la Palabra de Dios a menudo la alaba por “estar relacionada con actitudes evangélicas como la pequeñez, la discreción, la vida escondida y la mansedumbre”

Síntesis en español de la catequesis de la templanza predicada por el Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy reflexionamos sobre la virtud de la templanza, que es la cuarta y última virtud cardinal. Se trata de la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. La persona que vive esta virtud es sobria, mesurada, tiene capacidad de autodominio y no se deja arrastrar por la pasión.

En un mundo que exalta los excesos y el desenfreno, la templanza nos ayuda a poner orden en el corazón, a vivir con sabiduría y a buscar la justa medida a todas las cosas. Esta virtud asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. También nos hace apreciar mejor los bienes que recibimos y las relaciones que establecemos con los demás.

La Palabra de Dios a menudo alaba la virtud de la templanza, que está relacionada con actitudes evangélicas como la pequeñez, la discreción, la vida escondida y la mansedumbre.”

Saludos que externo en español el santo Padre Francisco:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos a Cristo resucitado que nos enseñe a vivir con sobriedad y en acción de gracias por tantos dones que recibimos de su generosidad. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.”

Video Vatican News

15ª Catequesis del ciclo Vicios y virtudes: La templanza

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy hablaré de la cuarta y última virtud cardinal: la templanza. Esta virtud comparte con las otras tres una historia que se remonta muy atrás en el tiempo y no pertenece sólo a los cristianos. Para los griegos, la práctica de las virtudes tenía como meta la felicidad. El filósofo Aristóteles escribió su tratado más importante sobre ética para su hijo Nicómaco, con el fin de instruirlo en el arte de vivir. ¿Por qué todos buscamos la felicidad y, sin embargo, tan pocos la alcanzan? Esta es la pregunta. Para responderla, Aristóteles aborda el tema de las virtudes, entre las que ocupa un lugar de relieve la enkráteia, es decir, la templanza. El término griego significa literalmente ‘poder sobre sí mismo’. La templanza es un poder sobre sí mismo. Esta virtud es, por lo tanto, la capacidad de autodominio, el arte de no dejarse arrollar por las pasiones rebeldes, de poner orden en lo que Manzoni llama ‘el revoltijo del corazón humano’.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que ‘la templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados’. ‘Ella - continúa el Catecismo - asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar para seguir la pasión de su corazón’ (n. 1809).

Entonces, la templanza, como dice la palabra italiana, es la virtud de la justa medida. En cada situación, se porta con sabiduría, porque las personas que actúan movidas por el ímpetu o la exuberancia son, en última instancia, poco fiables. Las personas sin templanza son siempre poco fiables. En un mundo en el que tanta gente se jacta de decir lo que piensa, la persona templada prefiere, en cambio, pensar lo que dice. ¿Entienden la diferencia? No digo lo que se me ocurre, así sin más; no: pienso lo que tengo que decir. Asimismo, quien practica la templanza no hace promesas vacías, sino que asume compromisos en la medida en que puede cumplirlos.

También en los placeres, la persona templada actúa juiciosamente. El libre curso dado a los impulsos y la total licencia concedida a los placeres acaban volviéndose contra nosotros mismos, sumiéndonos en un estado de aburrimiento. ¡Cuántas personas que han querido probarlo todo vorazmente se han encontrado con que han perdido el gusto por todo! Mejor entonces buscar la justa medida: por ejemplo, para apreciar un buen vino, es mejor saborearlo a pequeños sorbos que tragárselo todo de golpe. Todos sabemos esto.

La persona templada sabe pesar y dosificar bien las palabras. Piensa en lo que dice. No permite que un momento de ira arruine relaciones y amistades que luego sólo pueden reconstruirse con gran esfuerzo. Especialmente en la vida familiar, donde las inhibiciones son menores, todos corremos el riesgo de no mantener bajo control las tensiones, las irritaciones, la ira. Hay un momento para hablar y otro para callar, pero ambos requieren la justa medida. Y esto se aplica a muchas cosas, como por ejemplo el estar con otros y el estar solos.

Aunque la persona templada sabe controlar su irascibilidad, esto no significa que se la vea perennemente con un rostro pacífico y sonriente. De hecho, a veces es necesario indignarse, pero siempre de la manera correcta. Estas son las palabras: la justa medida, la manera correcta. Una palabra de reproche a veces es más saludable que un silencio agrio y rencoroso. La persona templada sabe que no hay nada más incómodo que corregir a otro, pero también sabe que es necesario: de lo contrario se estaría dando rienda suelta al mal. En ciertos casos, la persona templada consigue mantener unidos los extremos: afirma principios absolutos, reivindica valores innegociables, pero también sabe comprender a las personas y mostrar empatía por ellas. Muestra empatía.

El don de la persona templada es, por tanto, el equilibrio, una cualidad tan valiosa como rara. De hecho, en nuestro mundo todo empuja al exceso. En cambio, la templanza se lleva bien con actitudes evangélicas como la pequeñez, la discreción, el escondimiento, la mansedumbre. Quien es templado aprecia la estima de los demás, pero no hace de ella el único criterio de cada acción y de cada palabra. Es sensible, sabe llorar y no se avergüenza de ello, pero no llora sobre sí mismo. Derrotado, se levanta; victorioso, es capaz de volver a su antigua vida escondida. No busca el aplauso, pero sabe que necesita de los demás.Hermanos y hermanas, no es cierto que la templanza nos vuelva grises y sin alegría. Al contrario, hace que uno disfrute mejor de los bienes de la vida: estar juntos en la mesa, la ternura de ciertas amistades, la confianza con las personas sabias, el asombro ante la belleza de la creación. La felicidad con templanza es alegría que florece en el corazón de quien reconoce y valora lo que más importa en la vida. Recemos al Señor para que nos dé este don: el don de la madurez, de la madurez de la edad, de la madurez afectiva, de la madurez social. El don de la templanza.”

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