El lunes 11 de Septiembre de 2023, en la sala de la Biblioteca Vaticana el Santo Padre Francisco recibió a Su Santidad Baselios Marthoma Mathews III, Catholicós (metropolitano y/o Primado) de la Iglesia Ortodoxa Siro-Malankar y a una delegación de Patriarcas de esta singular Iglesia quienes se remontan a la tradición del apóstol santo Tomás, cuya predicación influyó hasta llegar al territorio de Kerala en la India, Iglesia que desde el pontificado del Papa San Paulo VI (1964) mantiene relaciones ecuménicas fraternas con acuerdos confirmados en 2010 que permiten a todos católico de la Iglesia Romana ser atendidos y celebrar los sacramentos y misterios de la fe en sus sedes y primados –y recíprocamente ellos en las de la Iglesia Católica-, dado el credo común que nos une (Fuente: Vaticano, SPSS, Vatican Media, Dicasterio para la Comunicación).

El Papa Francisco en el discurso dirigido al ‘Catholicós’ Siro-Malakarense destacó el camino de sinodalidad que ha emprendido la Iglesia y que enmarca todo lo que une a los cristianos de los diversos ritos, centrada en aquello que nos une más que en lo que nos separa, el primado de Jesucristo ‘nuestro Señor y nuestro Dios’ subrayó el Santo Padre.

Discurso del Santo Padre Francisco

Santidad,

gracias por sus palabras, gracias por esta visita a la ciudad de los Apóstoles Pedro y Pablo, donde ya ha vivido y estudiado, y donde ahora viene como Catholicós de la venerable Iglesia Ortodoxa Siria de Malankara. Quisiera decirle, Santidad, que aquí se encuentra es su casa, como un hermano esperado y amado.

Junto a Ustedes, quisiera ante todo dar gracias al Señor por los vínculos establecidos en los últimos decenios. El acercamiento de nuestras Iglesias, después de siglos de separación, e iniciando con el Concilio Vaticano II, al que la Iglesia Siria Ortodoxa de Malankara envió algunos observadores. En aquel mismo período, San Pablo VI conoció al Catholicós Baselios Augen I en Bombay en 1964. Ahora, su venida aquí se produce en el cuadragésimo aniversario de la primera visita a Roma de un Catholicós de su querida Iglesia, realizada en 1983 por Su Santidad Baselios Marthoma Mathews I, a quien tres años después visitó San Juan Pablo II en la catedral de Mar Elia, en Kottayam. Este año se cumple también el décimo aniversario del abrazo fraterno con su inmediato predecesor, Su Santidad Baselios Marthoma Paulose II, de bendita memoria, que tuve la alegría de recibir al inicio de mi pontificado, en septiembre de 2013.

Hoy, acogiendo a Su Santidad y a los miembros de su distinguida delegación, deseo saludar fraternalmente a los obispos, al clero y a los fieles de la Iglesia siro-ortodoxa de Malankara (territorio montañoso de Kerala, India), cuyos orígenes se remontan a la predicación del apóstol Tomás. Él, ante el Resucitado, exclamó: ‘¡Señor mío y Dios mío!’ (Jn 20,28): esta profesión, que proclama el señorío salvífico y la divinidad de Cristo, establece nuestra fe común en la oración y la fascinación. Es esta misma fe la que celebraremos, espero que juntos, con ocasión del 1700° aniversario del primer Concilio Ecuménico, el de Nicea; Quiero que lo celebremos todos juntos. La fe de Santo Tomás es todavía inseparable de su experiencia de las llagas del Cuerpo de Cristo (Cfr. Jn 20,27). Ahora bien, las divisiones que se han producido a lo largo de la historia entre nosotros cristianos son laceraciones dolorosas infligidas al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. De primera mano, aún experimentos las consecuencias. Pero, si introducimos juntos la mano en estas heridas, como el Apóstol, proclamamos que Jesús es nuestro Señor y nuestro Dios, si con un corazón humilde nos entregamos con fascinación a su gracia, podemos acelerar el largo camino. Día esperado en el que, con su ayuda, celebraremos el misterio pascual en el mismo altar: ¡que vega pronto!

Mientras tanto, querido Hermano, caminemos juntos en la oración que nos purifica, en la caridad que nos une, en el diálogo que nos acerca. Pienso de manera especial en la instauración de la Comisión Mixta Internacional para el Diálogo entre nuestras Iglesias, que condujo a un acuerdo cristológico histórico, publicado en Pentecostés de 1990. Se trata de una Declaración conjunta, que afirma que el contenido de nuestra fe en el misterio del Verbo encarnado es el mismo, aunque, en la formulación, hayan surgido diferencias de terminología y énfasis a lo largo de la historia. Admirablemente, el documento declara que ‘estas diferencias son tales que pueden coexistir en la misma comunión y, por lo tanto, no nos dividen ni deben dividirnos, especialmente cuando anunciamos a Cristo a nuestros hermanos y hermanas en todo el mundo en términos que puedan ser fácilmente comprendidos. ‘. Anunciar a Cristo une, no divide; el anuncio común de nuestro Señor evangeliza el camino ecuménico propio.

De la Declaración Conjunta acerca de esto, la Comisión se ha reunido en Kerala casi todos los años y ha dado frutos, favoreciendo la colaboración pastoral para el bien espiritual del Pueblo de Dios.

 En particular, quisiera recordar con gratitud los acuerdos de 2010 sobre el uso común de los lugares de culto y cementerios, así como sobre la posibilidad de que los fieles reciban la unción de los enfermos, en determinadas circunstancias, en una u otra Iglesia. Estos son hermosos acuerdos. Bendigo a Dios por el trabajo de esta Comisión, centrada sobre todo en la vida pastoral, porque el ecumenismo pastoral es la vía natural hacia la plena unidad. Como he tenido la oportunidad de decir a la Comisión internacional mixta para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales, las cuales desde principios del 2003, también forman parte sus Iglesia «el ecumenismo ha tenido siempre un carácter pastoral». En efecto, yendo adelante fraternalmente en el anuncio del Evangelio y en el cuidado concreto de los fieles -es- como nos reconocemos como un único rebaño de Cristo en camino. En este sentido, auguro que puedan ampliarse e incrementarse los acuerdos pastorales entre nuestras Iglesias, que comparten la misma herencia apostólica, especialmente en contextos donde los fieles se encuentran en situaciones de minoría o de diáspora. Me alegro también de su participación activa en las visitas de estudio para jóvenes sacerdotes y monjes que organiza anualmente el Dicasterio para la promoción de la Unidad de los Cristianos, visitas que contribuyen a una mejor comprensión entre los pastores, y esto es muy importante.

En nuestro camino hacia la unidad plena, otro camino importante es el de la sinodalidad, al que se refirió en su discurso. Su predecesor, hace diez años, declaró en Roma: «La participación de los representantes de la Iglesia ortodoxa de Malankara en el proceso conciliar de la Iglesia católica, desde el Concilio Vaticano II, ha sido de fundamental importancia para el crecimiento de la comprensión reciproca». Me alegra que un Delegado fraterno de su Iglesia participe en la próxima sesión de la Asamblea del Sínodo de los Obispos.

Estoy convencido de que podemos aprender mucho de la experiencia sinodal centenaria de su Iglesia. En cierto sentido, el movimiento ecuménico está contribuyendo al proceso sinodal en curso de la Iglesia Católica, y espero que el proceso sinodal pueda a su vez contribuir al movimiento ecuménico. Sinodalidad y ecumenismo son en efecto, dos sendas que van unidas, compartiendo el mismo objetivo, el de la comunión, que significa un mejor testimonio de los cristianos ‘para que el mundo crea’ (Jn 17,21). No olvidemos -y lo digo a los católicos- que el protagonista del Sínodo es el Espíritu Santo, no somos nosotros.

Precisamente por eso el Señor había orado antes de Pascua, y es hermoso que el encuentro de hoy proseguirá con la oración. Que interceda por nuestro camino de unidad y de testimonio el santo apóstol Tomás, cuyas reliquias se conservan en la archidiócesis de Lanciano-Ortona, representado aquí por el Arzobispo Emidio Cipollone, a quien agradezco. El Señor mostró las llagas al Apóstol, cuyos ojos incrédulos se convirtieron en creyentes: que la contemplación común del Señor crucificado y resucitado favorezca la curación completa de nuestras heridas pasadas, para que ante nuestros ojos, más allá de toda distancia e incomprensión, resalte Él, ‘nuestro Señor y nuestro Dios’ (Cfr. Jn 20,28), Señor y Dios que nos llama a reconocerlo y adorarlo en torno a un único altar Eucarístico. Y que esto sobrevenga pronto. Oremos. ¡Gracias!"