En octubre de 1892, el primer sucesor de Don Bosco, el padre Miguel Rúa, decidió enviar un grupo misioneros a México, donde eran esperados desde hacía al menos cuatro años. El 12 de mayo de 1887, Don Bosco se encontraba en Roma para presidir la consagración de la iglesia del Sagrado Corazón, ahí le visitan alumnos provenientes del sur de América, quienes le preguntaron cuándo enviaría salesianos a México, él les respondió: “No soy yo quien enviará salesianos a México; mi sucesor hará lo que yo no pueda. Puedes estar seguro de eso "; así el buen padre Rúa -hoy beato- se encargó de esta encomienda.

Padre Miguel Rúa con los primeros cinco misioneros salesianos que vinieron a México en 1892

(Archivo Salesiano)

Tras la muerte del padre Juan Bosco en 1888 -quien fue canonizado en 1934-, el trabajo de los salesianos en la zona sur del continente americano era muy elogiado, en México un grupo de laicos enterados de su fama, motivaron el envío de misioneros de la Congregación de San Francisco de Sales, con la venía y beneplácito del Ex. Mons. Pelagio Antonio De Labastida y Dávalos (1816-1891) Arzobispo de México (nombrado en ese cargo por Pio XI en 1863).

El primer grupo de salesianos cooperadores de nuestro país se constituyó por siete entusiastas asociados del Círculo Católico Mexicano, quienes se reunieron un 22 de junio de 1889, primero para determinar en primer lugar a sus dirigentes: el Sr. Ángel Gerardo de Lascuráin, Presidente; Claudio Limón Seguí, Secretario; Francisco Villagrán y Aráuz, Tesorero, los otros miembros eran Agustín Caballero de los Olivos, José de Ibarrarán, y su promotor Edith Borrel (primer salesiano cooperador mexicano) y no está claro quien era el séptimo asociado, pero se cree fue el Eminentísimo Sr. Arzobispo De Labastida (Castellanos, 1992, p. 30)..

El Sr. Borrell, SC, sembró el deseo de los presentes de seguir a Don Bosco, los ayudo en las fases de registro en la Pía Asociación de laicos para ser “salesianos en mangas de camisa” (Asociación fue fundada por Don Bosco en 1850 y aprobada por Pío IX en 1876).

 

El Sr. Lascuráin como presidente impulsó la expansión se la asociación, logrando el nacimiento y crecimiento de grupos de SSCC en Ciudad de México, Puebla y Jalapa, llegando sumar 50 miembros tan sólo en el periodo de junio a diciembre de 1889. Para formalizar los proyectos que se propusieron y las peticiones pertinentes se contó con la bendición de Mons. De Labastida, y con ayuda de Borrel. Fue tarea de Ángel Lascuráin remitir las solicitudes del envío de salesianos al padre Miguel Rúa, y a la vez de ponerle al tanto de las acciones y disposiciones en México para recibir a los hijos de Don Bosco, para trabajar a favor de la educación y formación cristiana de la niñez y juventud mexicana.

El padre Rúa expresó a través de su respuesta - remitida el 27 de octubre y recibida en México hasta finales el mes de noviembre- el beneplácito que experimentó ante tal iniciativa, si bien comentó que el envío de religiosos no podría ser inmediato, ni era posible en aquel momento, sin embargo instó a sus nuevos aliados en la misión por los jóvenes, a trabajar para mantener las iniciativas vivas. Rúa les remitió los diplomas de reconocimiento como Cooperadores Salesianos -hoy Salesianos Cooperadores-, para que fueran entregados a cada miembro del grupo donde germinó aquella fantástica decisión (Castellanos, 1992, pp 13-14).

De este modo se impulsó la difusión de la espiritualidad salesiana en nuestro país, incluso Obispos y otros prelados se anotaron para ser inscriptos como Salesianos Cooperadores. Mientras tanto, al otro lado del mundo, en Palestina e Israel, trabajaba el sacerdote Rafael María Piperni, llevaba una vida que parecía no tener relación alguna con la obra de Don Bosco. En 1874 este buen clérigo se unió a la Obra de la Sagrada Familia, conducida por el Canónigo Antonio Belloni, quien le encomendó ser limosnero de los asilos de huérfanos que su misión atendía.

Piperni predicó y recaudó recursos en Palestina, Europa, Estados Unidos -donde tuvo poco éxito-, y finalmente en México. Él, al escuchar de la generosidad de los fieles mexicanos, decidió viajar a esta nación. Aquí aprendió español, que llegó a hablar fluidamente, y entabló buenas relaciones con diversos bienhechores, predicó y dispenso los sacramentos , e hizo mucho bien por 11 años, recorriendo el país de 1879 a 1890, no había señales a simple vista, que le pudieran ayudar a saber lo que Dios le preparaba.

La grande y firme aspiración del padre Piperni de ser un misionero auténtico, estaba latente en su corazón, por lo que en 1890, partió hacia un asilo de la Obra de Belloni, ubicado en Belén (1890-1891) (Castellanos, 2005, p.15), posteriormente fue designado director del Asilo de Beitgemal (Castellanos, 2005, pp. 15-16), fundado hacia 1878 en Tierra Santa por Belloni (ANS, 2020).

Dadas las dificultades de la época, Belloni cedió el control de la obra a los salesianos, con el fin de que ésta subsistiera, y sugirió a sus colaboradores cambiar al clero secular, o ingresar como él a la Pía Sociedad de San Francisco de Sales. Por su parte, el padre Piperni no creía ser llamado a la vida salesiana y mucho menos al servicio de los jóvenes, él deseaba ser un buen sacerdote y confesor, si bien buscó ser admitido en diversas familias religiosas, por fin discernió que ser salesiano era la mejor alternativa (Castellanos, 2005,p.15).

El padre Rafael, tras ingresar a la Congregación en julio de 1892, fue aceptado de inmediato como novicio, también profesó al poco tiempo, un 2 de octubre contando con dispensa (sólo hizo dos meses de noviciado), ya tenía 50 años. A fines de octubre viajaba rumbo a México, pues el padre Rúa vio en él todos los signos del misionero salesiano: era obediente, dominaba el idioma, conocía el territorio, además tenía muchos contactos.

Más tarde al Padre Piperni se le unió padre Ángel Piccono, quien fuera en la vida laical un estudiante de derecho, un excomisario de policía, que enviudo a los 28 años edad. Tras la pérdida de su amada esposa decidió unirse a Don Bosco, atraído por la vida sacerdotal, lo cual comentó al propio santo, a quien admiraba y veneraba. Fue admitido en el Oratorio de Valdocco en 1877, mismo año en que ingresó al noviciado.

Muy pronto emitió sus votos siendo ordenado en 1878. Él ocupó muchos cargos de responsabilidad desempeñándose por realizar bien sus encomiendas, logrando siempre tener éxito (Castellanos, 2005,p.41-56), y ahora comandaba la expedición a México. El p. Ángel describirá más adelante al Padre Piperni como el “Ángel Gabriel” de aquel grupo de misioneros salesianos, pues sus muchos dones hicieron posible el trabajo en nuestro país (Castellanos, 2005,p.16).

Mientras todo lo anterior ocurría, los salesianos y la figura de Don Bosco adquirían popularidad en la ciudad de México. El Sr, Lascuráin inició la primera obra salesiana en esta urbe, misma que se perfilaba como un orfanato-colegio, en una casa facilitada por la Sra. Laura García Conde de Cosío, edificación ubicada en la calle Alameda de Santa María No. 2705. Colonia de Santa María.

Don ángel la dotó de mobiliario y útiles, contó con apoyo de los Obispos mexicanos y del Arzobispo, lo que comunicó al padre Rúa el 3 de octubre de 1889, es así que le pide enviar a sus sacerdote a atender y dirigir la casa recién terminada de preparar. La respuesta del superior salesiano llega –como ya se comentó- a finales de noviembre, el padre Rúa no asegura ni promete el envío de de salesianos.

El Presidente de los salesianos cooperadores mexicanos insistiera y con motivo de las bodas de oro del Arzobispo de México ( Mons. Pelagio De Labastida fue ordenado el 10 de noviembre de 1839), Lascuráin se reúne el 10 de noviembre 1889, con los Obispos que asistieron al festejo, les entrega sus diplomas y afirma que gracias Dios todos ellos son Salesianos Cooperadores –no existe una lista oficial de los registrados- (Castellano, 1992, p. 15), todos le expresan su admiración por Don Bosco, y reiteran que esperan que la obra salesiana crezca en México, don Ángel comenta todo esto al padre Rúa en una carta fechada el 11 de enero de 1890.

La bendición del Instituto y hospicio la realizó por propio deseo, el Ex. Monseñor J. Ignacio Suárez P., SC, Obispo de Jalapa el 6 de enero de 1890, el Sr. Ángel comentará en un futuro, que fue el primer Obispo mexicano que se hizo Cooperador.

Como no hay religiosos salesianos aún se designa la padre diocesano Enrique Pérez Capetillo, como primer director de la nueva obra, pero el Arzobispo de México deja como responsable al propio Presidente de Asociación de S. C..

El Instituto contaba con talleres de estampado y zapatería, y una clase de primaria; inicialmente asisten 9 huérfanos, pero el número de alumno se incrementó a 37, los estudiantes provenía de familias muy pobres de la Capital de México. Todo esto lo narra Lascuráin en su carta del 11 de enero, Rúa al tener conocimiento de aquello, otorga su bendición al proyecto, prometiendo enviar a los salesianos lo antes posible.

El día 4 de febrero de 1891 S.E.R. Pelagio De Labastida, Arzobispo de México, es llamado a la casa del Padre en Yautepec, Estado de Morelos, era sin duda alguna, un grande promotor y benefactor de la obra; tras este hecho el padre Pérez Capetillo, deja la dirección del Instituto, lo que abruma a los fundadores y temen el fin de aquel sueño, el Sr. Lascuráin insiste al padre Rúa para que al menos les envíe a un solo salesianos sacerdote (Castellanos, 1992 p. 30).

Ante este escenario el padre Rúa, responde afirmativamente a las peticiones de sus seglares en México, dispone que sus salesianos se preparen a partir rumbo a México en octubre de 1892, tras diversos retos y paradas prolongadas en Portugal -donde conociendo al Padre Felipe Rinaldi-, esperan la salida de su embarcación, tras atravesar en atlántico hacen escala en Cuba, ahí conocen la Habana y las obras para huérfanos promovidas por la diócesis del lugar y muchos sucesos más.

El 29 de Noviembre el padre Ángel Piccono (1893a) relata para el Boletín Salesiano “ Aquí estamos parados frente a Progreso, una ciudad en el estado de Yucatán, tierra mexicana. La ciudad no se ve: estamos anclados muy lejos. Se observan canoas de indios alrededor de nuestro vapor, y muchos tiburones… Partiremos rumbo a Veracruz esta noche.” Y agrega el salesiano “…una hora después ¡Una agradable sorpresa! sube –al barco- el excelentísimo párroco Pérez Capetillo, que nos está preparando –a los salesianos- una casa aquí en Mérida en Yucatán, y nos deja muchos respetos para el Sr. D. Rua.” Pero no señala que hayan desembarcado.

Para el 1 de diciembre comenta que “Esta mañana, jueves, a las 7, llegaremos a Veracruz. Hasta ahora muy feliz viaje. Ahora nos vestimos de civil y nos preparamos para desembarcar. Mañana estaremos en México con el ferrocarril” (Piccono, 1893a)

Arriban al Puerto de Veracruz el 2 de diciembre y comenta el padre Ángel “¡Aquí estamos en Veracruz, aquí estamos en tierra mexicana! Disfrazados de desertores, torpes como pollitos en el remolque, estamos a punto de bajar del vapor en un bote y bajar a tierra, cuando un caballero alto, joven, apuesto, con bigote negro, casual, bien vestido, sube a bordo y pregunta por los padres Salesianos.

Respondemos al llamado, y nos abraza, besa y dice que se llama Ángel Lascurain, precisamente el fundador de la Casa de México, que vamos a cuidar.

¡Qué querida persona! Nos hace un mundo de amabilidad, nos busca un hermoso barco y nos carga con todas nuestras cosas en él, nos lleva a la aduana en dos minutos, donde gracias a la amabilidad del cura el padre Díaz no tenemos que pagar ni un centavo, nos lleva a celebrar Misa, luego en casa de su cuñado, un ingeniero, el Señor Eduardo Melgar, un hombre muy amable, quien a su vez nos recibe magníficamente y nos brinda un buen almuerzo de comida mexicana.

El señor Lascurain quería telegrafiar o mejor dicho cablegrafiarle, padre Rúa, y comunicar nuestra llegada, y le permitimos hacerlo y se lo agradecimos. Esta noche dormiremos aquí y mañana por la mañana a las 6 saldremos con el Sr. Ángel Lascurain para México y llegaremos a las 7 de la noche. Incluso ya nos ha proporcionado boletos de primera clase para el tren.

El viaje, en esta formidable temporada desde la isla de Cuba hasta Veracruz, fue en cambio excelente: nunca hemos tenido un mar tan plácido, un cielo tan sereno, una atmósfera tan diáfana. Fue una verdadera gracia ciertamente debida a sus oraciones, padre Rua, y de sus queridos hermanos y de nuestros buenos Cooperadores.

‘Deo et mariae gratias.’.

 (…) nuestro apreciable Sr. Lascuráin, nos dijo que el Ex. Arzobispo de México nos recibirá con mucho gusto, y que muchas Cooperadoras y Cooperadores nos encontrarán en la estación y nos acompañarán a nuestra Casa, y entre estos prometió venir también una dama de alto abolengo.

¡Y ahora a trabajar!

 ¡Ay! ¡Cuánto siento mi pequeñez! Pero confío en los buenos hermanos que me ha dado, en sus oraciones y sobre todo en la protección de María Auxiliadora.

¡Los primeros salesianos que pisan América del Norte entran en la novena de la Inmaculada Concepción!” subrayó el Piccono

 

Bienvenida festiva en el Colegio

El 8 de diciembre de 1892, fiesta de la Inmaculada Concepción, llegaron a Ciudad de México, fueron recibidos con entusiasmo por los Cooperadores quienes celebraron la llegada de los padres Ángel Piccono (su superior), Rafael Pipperni y Simón Visentainer, que eran acompañados por el Clérigo en formación Agustín Osella y el Salesiano Coadjutor Pedro Tagliaferri el Salesiano Coadjutor, les presentó el Sr. Ángel Lascuráin (Castellanos, 2005, p. 16).

Tras la bienvenida iniciaron su trabajo el día 3 de diciembre (Castellanos, 1992, p. 67) y fueron describiendo las impresiones sobre el hospicio resumieron con detalles que era muy pequeño, y que alojaba a 37 niños de edades dispares y que debido a lo estrecho del lugar, de cien alumnos externos sólo se atendía a 17, enunciaron también la disparidad de edades entre los chicos: de 4 a 17 años, así se propusieron cambiar los muchos elementos adversos, conseguir recursos y adquirir terrenos más extensos...nada los desanimó.

 Ese mismo sábado 3, se presentaron ante S. E. R. Mons. Próspero María Alarcón y Sánchez de la Barquera (1828-1908) Arzobispo de México, -designado en el cargo por el Papa León XIII, el 17 de diciembre de 1891, tras la muerte de Mons. De Labastida-. Los misioneros salesianos entregaron al nuevo Arzobispo una carta de recomendación del Cardenal Mariano Rampolla del Tindaro, Secretario del Santo Padre, a quien el Padre Miguel Rúa les confió personalmente (Castellanos, 1992, p. 68). Mons. Alarcón les recibió con benevolencia, autorizándolos a predicar y confesar en toda la Arquidiócesis, al padre Piccono por tres años, a los demás por dos.

La misión salesiana en México creció rápidamente; el p. Piccono presentó sus planes a los Salesianos Cooperadores el 3 de enero de 1893, de 47 miembros citados, únicamente se presentaron 10, los salesianos ante la negativa de que se les obsequiará o vendiera la casa del la Doña Laura García y de que se les adjudicaran a través de una compra los terrenos aledaños, buscaron otras alternativas. Será la generosidad del Ingeniero Eduardo Zozaya y de su hermana la Sra. Julia Gómez de Escalante, la que dará el impulso necesario a la obra en México, ellos regalaron a los salesianos un terreno de veinte mil metros cuadrados, don Eduardo además elaboró los trazos proyectando una universidad o colegio que pudiera recibir a cerca de 400 jóvenes, también delimitó el modelo de la obra que hoy forma parte del corazón del espíritu salesiano en nuestra nación (Castellanos, 1992, pp. 73-80)

El dinero fue facilitado por la divina providencia a través de numerosos benefactores, con el contacto con los medios de aquellos tiempos –principalmente diarios-, mucho ayudo la predicación del padre Ángel Piccono con el fin de difundir la obra de Salesiana (Castellanos, 1992, 74). El Ex. Mons. Alarcón Arzobispo de México, quien también se había comprometido con el trabajo de salesiano, bendijo el 29 de enero de 1893 los trabajos y la piedra inicial de la obra, en el terreno de Santa Julia se narra que: “El Arzobispo de dignó también a echar la primera cal sobre el hueco de la primera, en el cual se puso una botella conteniente –que contenía- el acta, una medalla de María Auxiliadora y unos cabellos de Don Bosco” (Castellanos, 1992, pp.79- 81):

De este modo México llegó a formar parte de las naciones donde crecería el sueño de Don Bosco, en donde el carisma salesiano proseguiría su labor a favor de la juventud.

 Referencias

Agencia iNfo Salesiana [ANS]. (2020). Israel - La casa salesiana de Beitgemal, testimonio de la vida salesiana de Simone Srugi. Consultada el [30 de noviembre de 2022] en: https://www.infoans.org/es/secciones/especiales/item/10937-israel-la-casa-salesiana-de-beitgemal-testimonio-de-la-vida-salesiana-de-simone-srugi

Castellanos Hurtado, Fco. (1992). Los Salesianos en México. Tomo I-I. México: Ediciones Don Bosco.

Castellanos Hurtado, Fco. (2000). Los Salesianos en México. Tomo II. México: Ediciones Don Bosco.

Castellanos Hurtado, Fco. (2005). Salesianos en México. México: Inspectoría de Salesiana de México-Guadalajara.

Piccono, A. (1893a, febrero). Viaggio dei primi Salesiani al Messico. (Seguito). En Bollettino Salesiano año 17 (2).

Piccono, A. (1893b, mayo). MESSICO. La prima pietra del nuovo Ospizio Salesiano. En Bollettino Salesiano año 17 (5).

 

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