El 8 de octubre de 2022, el aula de audiencia Pablo VI del Vaticano fue el escenario especial con motivo de los festejos de la Familia Salesiana por la inminente canonización del salesiano coadjutor Artémides Zatti y cuya Misa fue celebrada en el mismo recinto, siendo presidida por el padre Ángel Fernández Artime, Rector Mayor de los Salesianos de Don Bosco, fue él mismo quien convocó a los coadjutores de todo el mundo a participar presencialmente de este magno evento.
De la Inspectoría de de México-México fue atendida la invitación del 10º sucesor de Do Bosco, con la asistencia de salesianos coadjutores entre ellos los señores Austreberto Velasco Sandoval, Fernando Martín Valdespino, José Víctor López Cisneros -quien tuvo la oportunidad de saludar personalmente al Santo Padre-, Ramón Domingo Vargas Mendoza y José Vicente Apango Rivera. Además se pudo apreciar la presencia de los salesianos sacerdotes Alejandro Rodríguez Rodríguez, Marcos Sergio Escobedo Aguilar y Miguel Ángel Lezama Rojas, además de otros salesianos mexicanos insignes como el Rector Mayor Emérito, padre Pascual Chavéz Villanueva; el padre Filiberto González Plasencia, Inspector de México Guadalajara y miembros de su consejo; y el misionero en Pakistán padre Gabriel de Jesús Cruz Trejo entre otros.
El siguiente texto es el discurso que el Santo Padre Francisco dirigió a los salesianos congregados en Roma con motivo de la canonización del Beato Artémides Zatti, en el aula de audiencias Paulo VI, el sábado 8 de octubre de 2022
“Queridos hermanos y hermanas salesianas, ¡buenos días y bienvenidos!
Agradezco al Rector Mayor por su presentación; Saludo a los miembros del Consejo General, a los cardenales y a los obispos salesianos, ¡son tantos! -; Estoy feliz de acoger a los peregrinos provenientes de Boretto, lugar de nacimiento de Artémides Zatti, y aquellos procedentes de Argentina y Filipinas; Saludo a los miembros de la Familia Salesiana provenientes de muchos países del mundo, de modo especial a los salesianos coadjutores. Y un saludo especial a la persona que recibió la gracia de la sanación por intercesión del Beato, a quien mañana tendré la alegría de canonizar. Quisiera recordar su figura desde cuatro puntos de vista (Fuentes: SPSS, Vaticano, Dicasterio para la Comunicación, traducción no oficial del Italiano realizada por la redacción).
Ante todo como migrante. Los Salesianos llegaron a Argentina en 1875 y en un primer momento desarrollaron su apostolado en Buenos Aires. En Buenos Aires no marchaban al suburbio más importante, iban a Boca, donde estaban los comunistas, los socialistas, ¡los come curas!
Ahí andaban los salesianos, y en otros lugares, especialmente a favor de los emigrantes italianos. Artémides conoció a los salesianos en Bahía Blanca, a donde en 1897 con su familia habían venido de Italia. Desafortunadamente, muchos migrantes perdieron los valores de la fe, todos presos del trabajo y de los problemas que encontraron. Pero los Zatti, gracias a Dios, fueron una excepción. La participación en la vida de la comunidad cristiana, las relaciones cordiales con los sacerdotes, la oración común en casa, la frecuencia de los sacramentos no vino a menos. Artémides creció en un óptimo ambiente cristiano y, gracias a la guía del Padre Carlo Cavalli, maduró la opción por la vida salesiana.
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Un segundo aspecto, el "parentesco": el fue "pariente de todos los pobres"; esa era la relación de Zatti. La tuberculosis que le aquejaba a los veinte años debería haber acabado con todo sueño, pero, gracias a la curación obtenida por intercesión de María Auxiliadora, Artémides dedicó su vida entera a los enfermos, sobretodo a los más pobres, los abandonados y los descartados. Los hospitales de San José y San Isidro fueron un recurso sanitario precioso y único para la atención sobre todo de los pobres de Viedma y de la región de Río Negro: el heroísmo de Zatti los convirtió en lugares de irradiación del amor de Dios, donde la atención de la salud se convierte en una experiencia de salvación. En aquel trozo de tierra patagónica, donde transcurre la vida de nuestro Beato, se reescribió una página del Evangelio: el Buen Samaritano encontró en su corazón, manos y pasión, ante todo por los pequeños, los pobres, los pecadores, los más pequeños.
Así, un hospital se ha convertido en "Posada del Padre", signo de una Iglesia que quiere ser rica en dones de humanidad y de gracia, hogar del mandamiento del amor a Dios y al hermano, lugar de la salud como prenda de salvación.
Es verdad que esto entra en la vocación salesiana: los salesianos son los grandes educadores del corazón, del amor, de la afectividad, de la vida social; grandes educadores del corazón.
Video: Encuentro con los salesianos para celebrar a Artémides Zatti
Aula Paolo VI, Vatican News
El hospital y las casas de los pobres, visitados día y noche en bicicleta, fueron la frontera de su misión. Vivió la entrega total de sí mismo a Dios y la consagración de todas sus fuerzas al bien del prójimo. El intenso trabajo y la incansable disponibilidad por las necesidades de los pobres estaban animados por una profunda unión con el Señor: oración constante, adoración eucarística prolongada, rezo del rosario. Artemisa es un hombre de comunión, que sabe trabajar con los demás: monjas, médicos, enfermeros; y con su ejemplo y sus consejos forma a las personas, moldea las conciencias, convierte los corazones.
En tercer lugar, lo vemos como un hermano salesiano. Recordamos el hermoso testimonio dado por él en 1915 en Viedma, con motivo de la inauguración de un monumento a la memoria del padre Evasio Garrone, misionero salesiano y considerado por Artémides como un destacado benefactor. En aquella ocasión hizo esta declaración: ‘Si estoy bien, estoy sano y en condiciones de hacer un poco de bien a mi prójimo enfermo, lo debo al Padre Garrone, Doctor, que viendo empeorar día a día mi salud, dado estaba afectado por la tuberculosis con frecuentes hemoptisis, me dijo con determinación que, si no deseaba terminar como muchos otros, hiciese una promesa a María Auxiliadora de permanecer siempre a su lado, ayudándole en la curación de los enfermos, que él, confiando en María, me abría de sanar. CREÍ, porque sabía por –cuestión de- fama que María Auxiliadora lo ayudaba de modo visible. PROMETÍ, porque siempre fue mi deseo ser de ayuda en cualquier cosa a mi prójimo. Y, habiendo escuchado Dios a su siervo, SANÉ’. Creí, prometí, sané. Tres palabras escritas allí.
Esta vida recuperada ya no es más su propiedad: siente que es todo para los pobres. Los tres verbos "Creí, prometí, sané" expresan la bendición y el consuelo que toca la vida de Artémides. Vive esta misión en comunión con los hermanos salesianos: es el primero en estar presente en los momentos comunitarios y con su alegría y simpatía anima la fraternidad.
El cuarto y último rasgo que quisiera evidenciar: es intercesor por las vocaciones. Y yo esto lo he experimentado. Les cuento una experiencia personal. Cuando era Provincial de los jesuitas de Argentina, conocí la historia de Artémides Zatti, leí su biografía y le encomendé a él la petición al Señor de las santas vocaciones a la vida consagrada laical en la Compañía de Jesús. Cuando comenzamos a orar por su intercesión aumentaron significativamente los jóvenes coadjutores; y eran perseverantes y muy comprometidos. Y así doy testimonio de esta gracia que hemos recibido.
Y en este sentido, quisiera subrayar la importancia de la vocación de los hermanos. Lo he visto en la Compañía de Jesús y sé que lo mismo se puede decir de los Salesianos. Los hermanos tienen un carisma especial que se alimenta en la oración y en el trabajo. Y son buenos para todo el cuerpo de la Congregación. Son personas de piedad, son alegres, trabajadores. En sí no se ven con “complejos de inferioridad”, ¡no!, son maduros, no se sienten acomplejados por no ser sacerdotes, y no aspiran a ser diáconos, no, hermanos; no quieren ascensos: hermanos, porque toda la riqueza está ahí. Son conscientes de su vocación y así la quieren (cf. Lettera a don Cayetano Bruno, 1986).
A ustedes, queridos hermanos coadjutores, ¡gracias, gracias!
Pueden también ustedes estar siempre agradecidos por el don de esta llamada, que brinda un peculiar testimonio de vida consagrada, y así proponerla a los jóvenes como forma de vida evangélica al servicio de los pequeños y de los pobres.
Gracias a todos ustedes, hermanos y hermanas, por haber venido a festejar la canonización de Artémides Zatti. ¡Les bendigo de corazón, también a los que no han podido venir por la edad o por las condiciones de salud, o por el estado de sus bolsillos! Bendigo a todos. Y les pido que por favor recen por mí. Gracias.”
(Fuentes: Vaticano, SPSS, Vatican Media y Discaterio para la Comunicación)