Los días 1º y 2 de noviembre la Iglesia Católica celebra respectivamente las fiestas de ‘Todos Santos’ y ‘Fieles Difuntos’, la primera conmemoración cristiana celebra la unidad de todos aquellos que formamos la Iglesia de Jesús:

1) La Iglesia Triunfante: Cristianos santos –declarados oficialmente o no- que ya viven en plena comunión con Dios, están en el cielo adorándolo y contemplándolo en todo su Gloria.

2) La Iglesia Purgante: son todos aquellos que en conciencia consideran deben ser purificados de sus faltas antes de gozar la visión beatifica de Dios, por lo que su estado es expirar sus faltas. Es también conocida con el nombre de ‘Iglesia sufriente’.

3) La Iglesia Militante o Peregrinante: somos todos los cristianos que seguimos en el mundo, caminado, procurando cumplir y difundir la buena nueva del Evangelio de Jesús, con la finalidad de podernos reunir con Él en el cielo. Empleamos la catequesis que es el conjunto de los esfuerzos realizados en la Iglesia para hacer discípulos, para ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios a fin de que, por la fe, tengan la vida en su nombre, y para educarlos e instruirlos en esta vida y construir así el Cuerpo de Cristo (CIC II 4).

Todos estos estados forman la Iglesia, la cual vive de la Palabra y del Cuerpo de Cristo y de esta manera viene a ser ella misma ‘Cuerpo de Cristo’ (CIC 752). La Iglesia de Dios existe en las comunidades locales y se realiza como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística –en la Santa Misa-. La Iglesia vive de la Palabra y del Cuerpo de Cristo y de esta manera viene a ser ella misma –se reitera- Cuerpo de Cristo.

 

Ambas fechas nos permiten entender que la Iglesia es sacramento universal de salvación y de unidad del género humano, pues reúne hombres ‘de toda nación, raza, pueblo y lengua’ (Ap 7, 9); al mismo tiempo, la Iglesia es ‘signo e instrumento’ de la plena realización de esta unidad que aún está por venir. Ella ‘es el proyecto visible del amor de Dios hacia la humanidad’ que quiere ‘que todo el género humano forme un único Pueblo de Dios, se una en un único Cuerpo de Cristo, se coedifique -construyan juntos- en un único templo del Espíritu Santo’ (Cfr. CIC 774-776)

Las festividades y las indulgencias

Así el 1º de noviembre recordamos a todos los que ahora gozan de la presencia de Dios, a ellos les pedimos su intercesión por nosotros que somos iglesia Militante, para que les imitemos en su seguimiento de Cristo, de tal modo que se logre nuestra conversión, y podamos un día gozar plenamente de la Resurrección.

El día 2 de noviembre recordamos a todos nuestros hermanos que ya han partido a mejor vida, pero como “Iglesia Purgante” requieran de nuestra oración, para poder llegar a la plenitud de la Gloria.

 

Indulgencias

De acuerdo con las normas de la Iglesia la indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados ya perdonados en cuanto a la culpa. Puede ser parcial o plenaria, dependiendo de si libera a uno o a todos de una pena temporal.

Acorde a lo regulado por la Penitenciaría Apostólica las obras piadosas que se realicen, para obtener las indulgencias plenarias que beneficien a las almas del purgatorio, implican que el cada cristiano debe estar en estado de gracia, desapegados del pecado, a fin de realizar diligentemente la obra de la indulgencia, para lo cual debemos cumplir y/o tener la intención de cumplir cuanto antes las tres condiciones habituales: 1º) la confesión sacramental, 2º) la comunión eucarística y 3º) la oración según las intenciones del Papa.

De acuerdo a las Normas sobre las Indulgencias (CEPL, 2023).

‘3. Cualquier fiel puede ganar indulgencias, tanto plenarias como parciales, para sí mismo o puede aplicarlas a los difuntos como sufragio.’

29. Por los fieles difuntos.

§ 1. Se concede indulgencia plenaria, aplicable solamente a las Almas del Purgatorio, al fiel cristiano que:

1. En cada uno de los días del 1 al 8 de noviembre visite devotamente el cementerio y haga oración por los difuntos, aunque sea solo mentalmente;

 2. En el día de la Conmemoración de los fieles difuntos (o, con el consentimiento del Ordinario, en el domingo anterior o posterior, o en el día de la solemnidad de Todos los Santos) visite una iglesia u oratorio y rece un Padrenuestro y un Credo.’

Su relación con la celebración del Día de muertos

En México a partir de la conquista se dio un mestizaje, no sólo de razas sino cultural y religioso, quizás el mejor ejemplo, de esta ‘inculturación de la fe’, lo realizó la mismísima Virgen María de Guadalupe al aparecer en 1531, ante San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, aquel humilde chichimeca que vio en ella una Madre y una persona de su etnia a quien llamó de acuerdo al Nican Mopohua ‘Tonanzin’(DLF, Redacción, 2022) .

El Arqueólogo Víctor Joel Santos Ramírez (2023) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) afirma que la celebración del ‘Día de Muertos’, no es de origen prehispánico y tampoco es producto de un sincretismo indígena y europeo; sino que nace por arbitrio de la Iglesia Católica al incorporar las festividades del 1º y 2 de noviembre:

Las festividades del 1 y 2 de noviembre llegaron a México en el siglo XVI, de forma inmediata, poco tiempo después de la conquista española, fueron celebradas en las primeras iglesias fundadas por los franciscanos en Texcoco, Tlaxcala y en el convento grande de San Francisco en la ciudad de México.’

Como fueron bien acogidas por los indígenas se fueron asumiendo gradualmente y Santos afirma ‘Lo que denominamos ‘culto a los muertos’ o ‘culto a los antepasados’, corresponde a una elaborada y compleja escatología ancestral, consustancial a las culturas mesoamericanas, cuyas prácticas y significado desconocemos casi en su totalidad; constituyó una parte central de sus creencias religiosas, el pensamiento, la mitología, la cosmovision, el simbolismo y el esoterismo prehispánicos, cuyos testimonios encontramos en los monumentos, la escultura, la cerámica, en la pictografía de los códices y en los cotidianos hallazgos arqueológicos.

Sin embargo, aunque algunas prácticas perduraron en los siglos posteriores a la conquista y es posible encontrarlas aún hoy en día, no se sincretizaron con el culto católico de los Fieles difuntos, pues éste siempre se ha celebrado conforme a una liturgia que ningún clérigo o creyente puede cambiar ni modificar, solo el Papa tiene esta facultad y en condiciones muy específicas. La fiesta en torno al culto tampoco se modificó en los substancial pero, al erradicarse y prohibirse las ceremonias prehispánicas a los difuntos, de manera natural, todas las prácticas y creencias ancestrales se trasladaron a la celebración del 2 de noviembre, sin transgredir la liturgia católica establecida para este culto, es decir, en lugar de un sincretismo (una mezcla de factores exteriores), se llevó a cabo una síntesis (la unificación de los principios al interior del culto), pues aunque en los pueblos indígenas de forma velada continuaron con sus antiguas prácticas funerarias, con el tiempo éstas fueron adoptando formas cristianas, hasta fusionarse casi en su totalidad, ya que el pensamiento en ambas tradiciones coincidía en celebrar a los muertos’ (Santos, 2023).

Las ofrendas y otros elementos que suelen disponerse el día de muertos

Con el paso de los años la tradición de la ofrenda y los altares dedicados a los fieles difuntos en el ‘Día de los muertos’, se fue desarrollando con elementos como cortinas de tela o manteles bordados, que fueron poco a poco sustituidos por elementos de papel, que era adornados con jarros donde se colocaban flores de cempasúchil, la ‘nube’ una florecilla blanca, el crisantemo, el alhelí en sus muy diversos colores; la flor de terciopelo o celosía llamada también cresta de gallo o mano de león, algunas como adorno de mesa o altar, otras como elementos que formaban tapetes o recorridos para recibir a los difuntos, elementos en ocasiones mezclados o incorporados a los adornos de aserrín pintado que formarían verdaderas calles en honor a nuestros muertitos. Además en el sentido de elevar al cielo estas ofrendas se disponen la quema de copal e incienso, ya sea a través de un comal o de incensarios cerámicos muchas veces acrisolados.

La panadería mexicana se distinguirá con sus conchas dulces, tlacotonal,  volovanes, roquetes, golletes,  monas, lisos, sequillos, despeinadas, pan de llema y otras piezas, pero sobre todo hojaldras o pan de muerto con o sin ajonjolí, con o sin azúcar; acompañado de  otros adornos comestibles como calaveritas de azúcar o de chocolate, los ataúdes de dulce o las cañas y panes en dulce etc., luego el agua, café, atole, anís, pulque, cerveza, aguardiente, mezcal tequila o la bebida de preferencia del difunto por ejemplo a Francisco Villa le Gustaban las Maleadas; un ejemplo más santo:  los higos dulces nos pueden recordar al primer santo mexicano y el milagro tras su martirio: San Felipe de Jesús; platillos como los tamales de diversos tipos olores y sabores: de dulce, crema, frijol, maíz, mole, rajas etc.; el mole, el frijol frito o en caldo, el arroz en todas sus preparaciones y otros platillos se fueron incorporando al folclor popular.

Además la pintura o fotografía del ser querido -según avanzó la técnica y la tecnología-, además dependiendo del nivel económico, veladoras o candelas. En especial se preparaba ‘papel de china’ picado, ya fuera en manteles o en hileras, que adornaban los cielos rasos de las casas y los patios desde antes de la víspera del 31 de octubre, el 1º y 2 de noviembre.

Con el transcurrir del tiempo aparecieron las llamadas “calaveritas literarias”, que eran composiciones que en rima o prosa ingeniosa a modo de chiste o de anécdota se dedicaba a fallecidos o vivos, en el caso de estos últimos aludiendo que se fallecería tarde o temprano, que habría de aceptarse el encuentro ineludible con “la Pelona”, “la Calva” , “ la Calaca”, “la Guadaña”, “la Parca” o uno de los cientos de nombre con los que se hace referencia a la muerte en México, un hecho funesto visto con un poco de buen humor.

Así fue enriqueciéndose la tradición mexicana con elementos de cada localidad, con el fin convivir con los familiares o seres queridos fallecidos, al menos espiritualmente. Luego llegarían otras corrientes y pensamientos, que darían vistosidad a estas fechas, hasta generar un acervo sobre la muerte desde la crítica política y periodística, como el personaje burgués de la “Calavera Garbancera” de José Guadalupe Posada, que se volvió todo un hito en el País desde su aparición en 1912, elemento caricaturesco centrado en al crítica clasista de la sociedad y que el muralista Diego Rivera renombraría como “la Catrina”, tal y como hoy se le conoce a este dibujo que revela que ricos o pobres, todos “llegaremos a navegar en el mismo bote, el de la Parca” .

Todo lo anterior fue secularizando el significado del día de muertos, haciendo que pesará más el sentido popular y festivo que expresan el folclor propio de nuestra Nación, que los elementos transcendentes seguidos por la fe.

Sin embargo, la Iglesia, sabía, los dispone en favor de la Evangelización, mientras que se opone a otras expresiones como el llamado “Halloween” con raíces más bien paganas.

La Iglesia enaltece los usos y las costumbres del nuestro país que revisten de importancia la Resurrección de Cristo, las semillas del verbo, que destacan la Salvación Eterna y la aspiración genuina de poder llegar a la plenitud de estar en la presencia del “Dios por quien se Vive”.

Fuentes:

Santa Sede. (2014). Catecismo de la de la Iglesia Católica. México: Coeditores Católicos de México

Comisión Episcopal para la Liturgia [CEPL]. (2023). Manual de Indulgencias: Normas, concesiones y principales oraciones del cristiano. España: Biblioteca de Autores Cristianos (BAC).

DLF, Redacción. (2022). Nican Mopohua.

Santos Ramírez, V.J. (2023). El origen del Día de Muertos. México: Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

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